martes, 25 de mayo de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El ciego

 

 

                                    


Era un hombre más mayor que joven, enjuto y tocado con un sombrero andrajoso, mal vestido y con cara de pasar muchas necesidades. Yo lo recuerdo en la puerta de la tienda de Victorino, frente a la fuente, cerca de la calle Escribanos. El hombre tenía un bastón con nudos y siempre iba acompañado de un niño, que las personas mayores llamaban el ‘lazarillo’.

A mí, aquellos dos personajes, en mi alma de niño, me dejaban un poso de tristeza enorme. Me daba pena el hombre que no veía y el niño que podía ser de mi edad, pero que yo no sabía qué relación tenía con el ciego. ¿Era su hijo? ¿Era un chiquillo abandonado y recogido? ¿Dónde dormían cuando llegaba la noche?

Yo, aún no sabía que había un Lazarillo inmortal en la literatura y que acompañaba a otro ciego por los campos de Castilla pidiendo limosnas. Era un chiquillo al que la vida lo conducía por esos caminos, donde crece con mucha abundancia la yerba de la maldad. En fin…

El ciego que yo veía en la feria, recitaba de memoria una serie de historias que nosotros escuchábamos embobados. Aún a pesar de los tantos años que han pasado, recuerdo aquella historia que comenzaba: “En la capital de Málaga / en el río Guadalmedina / han dado muerte a un niño /por una mano asesina…”

Después supe – porque la gente mayor lo comentó - de un crimen, en el que la víctima había sido un niño al que mataron bajo el puente de la Aurora, en Málaga, en el río Guadalmedina. O sea, que lo que el ciego cantaba, a modo de romance, era verdad.

El ciego vendía unas tiras de papel, y en unas viñetas se contaba la historia. Generalmente de crímenes que eran los que tenían más morbo. Esos pliegos de cordel. contaban también cosas de la Historia Sagrada, donde un hermano mató a otro y también que otros hermanos, que eran unos pocos, vendieron por envidia al más pequeño.

Los romances de ciego transitaban de pueblo en pueblo, de feria en feria, en la voz de hombres invidentes, pobres que malcomían y que no sabíamos de dónde venían ni hacia dónde se encaminaban pero, eso sí, que contaban unas historias muy tristes, y que a los niños – al menos a mí – nos daba mucha pena.

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