viernes, 21 de mayo de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Viena

 

                                        


Ya ha pasado el invierno. Ha dejado de caer nieve. Los tejados están limpios y por las calles se expande la luz que lo llena todo. Llega a esos rincones de tabernas centenarias, de cafés de lujo con recuerdos del Imperio Austrohúngaro, aquel que llegó hasta los confines de la estepa, aquel que dominó media Europa…

Hay rosas nuevas en el Wolksgarten que la traducción dice que son  los jardines del pueblo… Rojas, amarillas, blancas, rosas, bicolores, malvas…, rosales esparcidos, a voleo, en un césped muy bien cuidado y con un fondo con sabor a Roma clásica.

Los jardines de María Teresa envuelven los palacios que delatan el esplendor pasado. Están los árboles con todo el verdor que la primavera ha llevado en un derroche de clorofila hasta sus ramas más altas que trepan y trepan hacia un cielo limpio y muy azul.

Como el Danubio de Strauss en su vals, pero eso lo dice el tópico y queda lejos, un poco lejos, tanto que desde aquí se puede ir andando hasta la iglesia de San Carlos Borromeo, a la Ópera, o a la Catedral. Al Danubio, no. Tampoco se puede ir a pie hasta el Palacio Schönbrunn, ni al Hofburg, ni al Belvedere.

Sí se puede ir por la fantasía de ese mundo idílico de la música que es Viena. Mozart, los Strauss y Beethoven. Lugares donde se puede ‘paladear’ si se me permite la expresión, lo más sublime. Pensemos, sin ir más lejos, en los Conciertos de Año Nuevo, como ese inicio de algo que solo puede venir de allí y en ese preciso momento.

Ludwig van Beethoven, con el estreno de la Novena Sinfonía, o Sinfonía Coral le dio, si es que aún no lo tenía, el impulso para dejarla con sitio propio en la Historia de la Humanidad. Beethoven quería estrenar la Sinfonía en Berlín porque consideraba que Viena estaba muy influenciada por los gustos de la música italiana, sobre todo de Rossini…

El día 7 de mayo de 1824, fue la gran noche. Toda Viena sabía que Beethoven estaba totalmente sordo. La obra, cumbre, agrega al final el canto coral inspirado en la Oda de Schiller que aún no se llamaba Himno a la Alegría. El siguió el estreno desde la partitura… Al final el público aplaudía y ante la evidencia de que no podía escucharlo sacaron y flamearon sus pañuelos blancos…

 

 

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