viernes, 26 de junio de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luz de Dios






Y entonces, la luz que en estos primeros días del verano madruga mucho y se levanta muy temprano, se abrió paso entre unas pinceladas de nubes que se habían esparcido por el cielo, como esos escolares que salen al recreo antes que sus compañeros porque les empuja la prisa de la libertad.

En las orillas, la vegetación de ribera era espectadora de excepción. Los árboles de las orillas de los ríos: sauces, álamos, alisos, fresnos, mimbres, tarajes, juncos o carrizos, son unos privilegiados, con unas ramas besan el agua, y  las otras, acarician la tierra. Por el agua, suben y bajan las barcas, por la tierra, transitan mujeres y hombres que pasean sus ilusiones, sus sueños, sus esperanzas…

En la otra orilla, se vislumbran en el claro-oscuro del amanecer, un caserío. ¿Quién vive en esas casas? Ellos ven como pasa – “a la vez quieto y en marcha que escribió Gerardo Diego para el Duero - el río de otra manera a cómo lo vemos la gente que no tenemos la suerte de vivir cercano a los grandes cauces. Los ríos imprimen carácter a la gente que vive cercana a sus orillas.

Se refleja el sol en el espejo del agua. El río en estas horas de quietud, es  un espejo receptivo a todo cuanto se acerca a él. Por las profundidades, porque por aquí el río que está cercano a la mar “que es el morir” va sereno y hondo, acoge a peces que no hay en otros ríos: esturiones, - ¿o ya no quedan esturiones  y bogardillas en el Guadalquivir? – barbos o albures.

Sobre el agua quedan cicatrices de pequeños atraques para las barcas pesqueras: camarones. “Camarón que se duerme se lo lleva la corriente”. El río que se arrancó entre pinares en Cazorla, ha bajado peinando olivos en Jaén, naranjales de Palma donde se le une el Genil que viene “de la nieve al trigo”. 
Sevilla, desde la Giralda le ha cambiado las velas blancas de sus barcos por un pañuelo del adiós. Coria, La Puebla, la marisma inmensa “donde se fueron los moros  que no se quisieron ir” y los toros comían margaritas para tener los ojos verdes que nos contaba Villalón…

Y Dios, que se asoma cada mañana al río y lo admira y dice: ahí os dejo estos líquidos caminos para sustento y disfrute vuestro.




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