sábado, 6 de junio de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. De paseo



                                                  



En el pueblo había muy pocas diversiones, o sea ninguna. Los acontecimientos casi se marcaban por hitos muy señalados: “Esta noche hay cantaores”, decían. Era la manera de avisar que una troupe, de gira por España, pasaba por Álora.

La familia Sala, empresarios de los espectáculos y de la únicas sala de cine, trajo al Salón Moderno, que era como se llamaba el único lugar posible para celebrarlos, eventos y actuaciones excepcionales. Lo mejor que había entonces en ese mundo. Allí actuaron: Manolo Caracol y Lola Flores, Juanito Valderrama, Antonio Molina, Juanita Reina…, y si era de Cante: Porrina de Badajoz, La Niña de la Puebla, Rafael Farina, Pepe Pinto y la Niña de los Peines, o cualquiera de los grandes de verdad.

Los demás días, que eran los más, la gente que podía - los menos - acudía al cine. La ubicación de Álora, en la línea del tren Correo que llevaba los rollos de películas para la capital permitía que durante una noche se exhibiesen películas que, de otra manera, habría sido imposible y así, por ejemplo, aquí se proyectó “Un verano con Mónica" de Igmar Bergman con Erik Nordgren de protagonista…

El jornal – la mayoría de los hombres tenían el campo como único lugar de trabajo – era escaso, inseguro y pendía del hilo de la climatología. En algunos bares, tardes y noches, se organizaban partidas de juego. No destacaban por el monto a repartir, pero sí por echar el rato y buscar la ruptura de la monotonía.

La ‘sala’ de juego solía ser uno de las habitaciones apartadas y un poco alejadas de la vista del resto de los que accedían al bar. Habitaciones mal ventiladas, con el aire viciado por el humo del tabaco, mal olientes y muy cargadas. 
Ruidosas donde sobresalían las voces del los jugadores de dómino (el maestro Alcántara decía que, en Málaga y su provincia, era el único lugar donde la palabra dominó se transformaba en esdrújula) que cantaban la jugada.

Los jugadores de cartas elevaban la cuantía. Algunos bares tenían una habitación en el piso superior, apartada. Allí era el lugar de reunión. Un día, por sorpresa, entró la Brigadilla de la Guardia Civil. No había escapatoria. Uno, en la estampida, se metió en la alacena. Cuando el Guardia abre la portezuela:

-         “Y, ¿tú, qué?”

-         “Na, aquí, echando un paseo”….



No hay comentarios:

Publicar un comentario