Entre San Antonio y San Juan
maduran las brevas, se viene la fruta de verano: ciruelas, cerezas,
albaricoques…, están formados los racimos en la parra y la aceituna tiene
cuajo. Se agostan, también los arroyos. El agua da de corto y lo que era una
sinfonía de piedra en piedra tiene puesto un diapasón natural. El campo en
sazón. Antes de la llegada de las cosechadoras, por estos días, el campo pedía era. Estaban
terminadas la siegas tempranas, primero, las cebadas que granaban antes, y luego
los trigos. Dejaban para después las leguminosas: yeros, vezas y garbanzos.
Se han volado casi todos los
nidos y solo quedan algunas posturas tardías. Resisten las primeras calores al
amparo de la frondosidad de la arboleda. Arrullan las tórtolas – ¡cada año
llegan menos! - en los chopos del río y
sestean las cabras en las sombras del pozo. Dicen que han visto varias bandadas
de perdigones por la Cuesta de la Asperilla, por la Cuesta del Verrón y en las
Lomas del Chopo…
Cada día anochece más tarde y amanece
más temprano. El Solsticio de verano llama a la puerta y hay un no sé qué que
flota en las adelfas florecidas en los remansos de aguas y en las medianas de
las carreteras.
Por San Juan de junio, es decir,
dentro de unos días los renteros tenían que cumplir con los plazos de las
rentas. En las escrituras antiguas así se dejaban constancia de dos posibles
pagos de los compromisos contraídos. Ahora, y luego, por Pascua, cuando
arrecien los fríos y busquemos el calor de las chimeneas. Era una manera de hacer
frente a la realidad económica de otros tiempos.
Un amigo me pregunta ¿cómo llevo
el huerto? Le he dicho que hace unos años que no pongo huerto de verano. Mi
mujer acaba de comprar cebollas a ¡cincuenta céntimos de euro el kilo! Luego,
por si faltase algo vendrá la ‘tuta’ a las tomateras y los escarabajos a
la patata y por si quedaba algún cabo suelto se presentará el oidium, o
sea, la ‘ceniza’ a los pepinos tardíos… con es ese panorama pues la
verdad que uno se lo piensa. Es la ‘otra’
realidad de ahora…
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