miércoles, 24 de junio de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Una mujer de pueblo






Tenía esa edad en la que no se es mayor, pero se dejó de ser joven. Siempre vistió de negro, y en su vida casi nunca aparecieron los colores. Todo estuvo marcado por una lucha sórdida.

De niña no fue a la escuela. La pusieron a servir en casa de unos señoritos. Al menos, tenía asegurado un plato de comida cada día. Tampoco le faltaba un trozo de pan y la tenían vestida. Estuvo allí hasta que se casó.

Se fue a vivir a una casa de alquiler en un arrabal del pueblo. Su marido no era un hombre malo, pero eso de doblar la espina le costaba mucho trabajo. 
Trabajo había poco, pero menos necesitaba él. Pegaba jornales de verdeo, de escarda, o de lo que se terciaba en el campo, pero dada su predisposición era de los últimos a lo que le avisaban. Le entregaba el jornal, pero le gustaba pasar por la taberna…

Tenía una cocinilla entre el patio y la casa. Guisaba con leña y dejaba la olla hirviendo para que al mediodía, cuando llegaba el hijo que trabajaba en una carpintería, estuviese el puchero listo…

Como la cosa no estaba muy allá, ella se puso a acarrear agua a casas de personas que solicitaban ese servicio. El poco caudal de las fuentes públicas y la mucha demanda, hacía que las colas durasen horas  e incluso días…
-         Ahora, decían algunas mujeres ‘entremeto yo’.

Era una manera de romper el hilo del turno que correspondía. Eso generaba peleas y discusiones, ofensas e incluso llegaban a las manos, entonces intervenían los municipales, pero ninguna hacía caso a los municipales que casi siempre procuraban retrasar la llegada para encontrarse la fuente pacificada.

De vez en cuando, llegaba un fotógrafo forastero que sacada alguna instantánea del lugar, pero ella siempre procuraba echarse fuera y no salía…

-         Hija, le decían, ¡qué rara eres!

-         A mí nadie me da vela en esa procesión….

Se ponía una almohadilla grande en el costado y se cargaba los cántaros en el cuadril. Los cántaros boquinos, eran los más difíciles, porque no tenían asadera a la que cogerse…

Toda su vida fue un sufrimiento en silencio. Nunca fue al cine, acaso una noche a la feria, ni a ninguna fiesta… Un día, a eso de media tarde, doblaron las campanas del campanario…


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