viernes, 22 de mayo de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Mujer de Azul III


                                               



Relato corto. La Mujer de Azul. III  (Viene de II)

Paseó despacio por los caminos entre los arriates. Era un laberinto organizado, como sus pensamientos. Los macizos de flores, a distintas alturas, creaban una sensación de andar por un bosque de volúmenes de color. Todos salían a su encuentro. Estaban allí. Lo esperaban desde no sabía cuánto tiempo. Hablaba a solas y le contaba a ella las sensaciones nuevas que venían a su mente…

Le habló de los árboles frutales, de los rosales trepadores de rosas blancas, amarillas, rojas… En el centro, una pérgola cubierta de glicinias de flores azules, formaban tirabuzones que se bamboleaban  al aire. Las contempló, las miró despacio.  ¡Azules, como él la soñaba  cuando se dejaba la toquilla que le caía desde los hombros hasta la cintura! Como él la veía aquellas tardes en que se acercaba y la contemplaba ante el asombro e incomprensión de los vigilantes del museo.

Margaritas, amapolas, florecillas silvestres, capuchinas, jacintos, alelíes, rosales de pie bajo y unas florecillas azules diminutas de las que desconocía su nombre. Eran las flores humildes que nacían en los ángulos de los mirtos que delimitaban los arriates, pinceladas sueltas, libres como él la recordaba a ella.

Pasó bajo arcos de rosales en flor, de enredadera ahítas de verde. Caminó. No se detenía y quería llegar hasta el rincón del jardín, donde sabía que lo esperaba ella.

Cuando llegó al estanque, su vista se perdió incontrolada entre los juncos, lirios blancos, azules – como te sueño a ti, se dijo para sí, pero sin recibir respuesta - y nenúfares reflejados en el espejo del agua. El lago estaba rodeado de hostas, bambúes de diferentes alturas  y sauces que llegaban con las hojas de sus ramas y jugaban con el agua…

Contemplaba y miraba. Absorto vio cómo la cara de ella se reflejaba desde el fondo del estanque. Su frente despejada y limpia. Sus ojos vivos, penetrantes, transmitían un mensaje de amor. Su nariz respingona. Aquellos labios, trazos sutiles por encima de la barbilla puntiaguda, su tez… Todo emergía de un azul profundo. Entonces, él alargó su cuerpo sobre la superficie, acercó sus labios a los de ella y al besarla,  todo eran círculos concéntricos de ondas que se desvanecían y se agrandaban conforme se retiraban…

                                                                                                                                           (Continuará…)






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