martes, 26 de mayo de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Mujer de Azul. Y VII







Relato corto. La Mujer de Azul. Y VII (Viene de  VI)

Se acercó despacio. Susurró a su oído con delicadeza, como quien no quiere molestar con su mensaje…

-         Es la hora, señor. Vamos a…

Él no dijo nada. Se giró , dio la espalda a la pared y se encaminó como siempre a la puerta de salida.

-         ¿Está loco? Preguntó la chica que llevaba poco tiempo prestando servicios de vigilancia en la Sala.

-         No, le respondió, el superior.

-         ¿Entonces…?

El Jefe de Sala le explicó que era un hombre extraño. Por aquí viene gente muy especial, pero ninguna como él. No está loco. Viene varias veces al mes desde hace muchos años. Se coloca frente al cuadro, lo mira, lo escudriña. Solo él sabe lo que ve y lo que mira. No dice nada. No hace ningún movimiento extraño. Al principio pensamos que podría ser alguna persona desequilibrada capaz de causar algún estropicio, después comprobamos que su comportamiento era normal.

El Jefe de Sala le dijo que poseía el carné de ‘Amigos del Museo’ y que tenía uno de los números más antiguos. Deduzco que antes de entrar yo a trabajar aquí, ya venía. Lo había comentado con el Jefe de la Sección, de la Planta IV que era donde estaban expuestos los cuadros de la corriente novísima, el Desvelismo,  y también con la Directora del Museo que sí lo conocía personalmente. Nunca le había revelado ni su nombre, ni nada relativo a su vida privada.

Algunas veces, siguió hablando el Jefe de Sala, hemos observado en su cara un rictus de emoción. Como si compartiera recuerdos soñados y, luego vividos juntos, como si  le brotase por dentro una alegría reencontrada y a duras penas contenida, otras, los ojos se le han puesto brillantes, expresivos, humedecidos; en alguna ocasión, nos ha querido parecer que por su mejilla se deslizaba una lágrima…

Permanece ahí un rato largo, muy largo, delante del cuadro sin mediar ninguna palabra, sin ninguna compañía salvo su propia soledad.

Se queda inmóvil, absorto, quieto delante de La mujer de azul de Thierry Molmhier. Cuando llega la hora del cierre y se marcha, creemos que la dama lo sigue con la mirada y algunas veces parece que ella también tiene humedecidos los ojos… Estoy convencido, le dijo a la chica, de que los sueños son reales.






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