sábado, 25 de julio de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fiestas

España arde abrasada por el calor de julio que este año parece que viene con cosecha abundante. España arde, también, en fiestas. Santiago era la fiesta por excelencia por lo del patronazgo, por lo de las peregrinaciones, por lo que aquel Ministerio de don Manuel – que se decía dueño de la calle y del turismo – nos vendía.

De niño eso de ir a la playa era un acontecimiento. Los que más o menos vivimos cerca del mar el agua salada era el premio a no se sabe muy bien qué méritos pero eso de llevarnos a la playa era el sueño de muchos.

Venía gente también de otros lugares. En la estación anunciaban que, a media mañana pasaría  un tren “botijo”. Venía de Córdoba. Era un tren especial. Un tren con vagones de madera y una composición hecha ex profeso para acercar a la gente hasta el mar.

El tren botijo salía de Córdoba con las primeras luces del día. Era un tren sin paradas ‘oficiales’ en su recorrido, pero que le daba paso, o sea preferencia de circulación, a otros trenes que hacían su recorrido habitual. Un problema añadido a eso de la vía única.

Cuando el tren asomaba por la curva de los Callejones de la Barca ya venía con marcha reducida. Siempre tenía parada aunque naturalmente ni subían ni bajaban viajeros. Solo era un estacionamiento de cruce que, en ocasiones, tardaba para desesperación de los usuarios una eternidad.

El tren desaparecía entre la penumbra del túnel. Todos los que llevaban las cabezas asomadas por las ventanillas como en  un resuello se metían para adentro. La carbonilla, el humo de la máquina, el calor acumulado…

Cuando era un verdadero espectáculo era al caer la tarde. Regresaba. Lo que por la mañana había sido la salutación a lo novedoso, ahora era la constatación de la tragedia. Enrojecidos como salmonetes, quemados por sol del día… Eso de protectores aún ni se soñaba. Trasponía el tren botijo camino de su estación de origen…


Aquellos trenes botijos fueron la felicidad de muchos que veían al mar por primera vez. Santiago seguía en su sitio y julio consumiendo fechas. Solos de trompetas en los bailes de las plazas: “España Cañí”, “Paquito el Chocolatero” “En er mundo”…. España ardía, como arde ahora, achicharrada por el sol de julio. Fiestas.

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