viernes, 31 de julio de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Los ríos

Dicen, los que saben, que los ríos son corrientes de agua continuas que se dejan ver por la superficie. Cuando a las aguas que lleva el río se le unen las aguas de otros cauces, entonces, aparece esto tan temible que se llama riada.

Mi amigo José María – porque entre los amigos se habla de todo – me dice que teme que cuando menos se espere puede venir una de ‘mondar peces’. Es decir eso que llamamos una gota fría. Y, entonces, no hay río que de salida a tanta agua.

Dicen que al agua que llevan los ríos en verano se llama estiaje. Cuando éramos niños, los bañaeros del río era la salida para las tardes de verano. Había un rosario de lugares para bañaeros: la Playita y la Puente junto al túnel; los remolinos; la cuesta del rio; la argamasa; la nerisca...

Todos tenían su encanto y, sobre todo, tenían la ‘cercanía’ de alguna higuera, ciruelo, granado… algo tan buscado, deseado y recurrente para mitigar el hambre que aparecía después de las horas de baños lentas, largas, placenteras…

Los ríos eran también lugar de salida natural para pastos de animales: bestias, vacas, algún cabrero que cruzaba por la orilla… Quien iba a buscar las cañas para canastos, cañizos y enseres; quien sacaba las aneas para después de un proceso, echar los asientos de las sillas.

Los ríos siempre han sido un cauce de vida. Por el río subieron civilizaciones. Traían y se llevaban lo que podían. Los pueblos junto a los ríos tienen un sello especial. Hay ciudades que no se entienden sin su río. Otros ríos son más modestos. Tienen su encanto y todos tenemos algún recuerdo de algo que pasó junto al río.


Tienen su leyenda negra y su leyenda rosa. Tienen el sitio prohibido y tabú donde un hálito de misterio flota y deja un no sé qué que repele y ante el que siempre se muestra un respeto especial. Y tienen el lugar del recuerdo: “Yo recuerdo aquel río / que nos fuimos a bañar / aquel agua tan fría y tu forma de nadar / en el río aquel”. Y todo lo demás. Era otro tiempo, era el tiempo en que Miguel nos hacía soñar...

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