lunes, 27 de julio de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mirlos

Los mirlos son los pájaros más madrugadores que conozco. Bueno, los más puede que no. Se les adelantan las frailecillas que reciben a las primeras luces del día cuando las estrellas se las andan recogiendo las migajas que se dejaron esparcidas por el cielo.

Digo lo de madrugadores porque cuando llegan los rayos del sol ellos ya vienen de vuelta. Llevan las uvas de la parra de calle. Verán. Como toda fruta, las uvas maduran a su aire y penden los racimos entre los pámpanos esperando su momento y su hora. Los mirlos lo saben y, cada mañana, acuden en busca de las que están a punto.

Los mirlos son unos pajarillos escandalosos. Su canto tiene más en común con los silbos que con las melodías sensuales. Cuando se ven sorprendidos arrancan el vuelo y sortean el espacio hasta dejar un número considerable de árboles por en medio hasta que se sienten seguros en la distancia.

Los que saben hablan de mirlos de jardín; otros, de los mirlos de agua… Los primeros son esos pajarillos negros con el pico y las patas amarillas que viven en los parques urbanos. Son los mirlos que cantan en medio de esos ruidos de coches, de los gritos hy el murmullo. Ellos, indiferentes, van a lo suyo.

 Los segundos, trepan por los arroyos en la frondosidad del bosque. Se sumergen en el agua y comen todo lo que tienen de alimento las aguas cristalinas, esas aguas de alta montaña. No tienen el plumaje tan negro. Parece como si se acicalaran con otros colores para evitar sospechas.

Los mirlos de las huertas son los más sabios del mundo porque son los que mejor se alimentan. Se comen todos los bichillos que crecen en los hoyos de tomates. Las almácigas para ellos tiene el encanto especial. Hurgan como los profesionales del gorreo en los platos de langostinos de Sanlúcar, todos parecidos – los langostinos, claro; ellos, no -  pero todo exquisitos.


Y para postre son suyas todas las frutas de la huerta. La uvas tempranas con su encanto de azúcar primero; las higueras borrachas de higos que gotean miel por los ombligos; ciruelos sensuales carnosos; las bayas de los vallados… Estos mirlos son los seres más afortunados de la Creación.

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