miércoles, 15 de junio de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Vuelvo a Ronda

 


Río Guadalevín. Ronda (Málaga) 

 

15 de junio, miércoles. Sol radiante, cielo azul, muy azul, tanto que casi rompe el tópico. Era la media tarde de un día luminoso y claro. Cruzo por el Puente Nuevo (antes pasé junto al monumento a Ríos Rosas con flores a sus pies) y por delante del Parador que fue ayuntamiento… Una leve brisa salva, - siempre hay brisa en estas alturas -, las barandillas, en este caso, muros de piedra, del puente.

Hay que detenerse. Hay que escudriñar con la mirada la profundidad del Tajo, el abismo que se abre y acongoja, el suspiro que contiene el resuello. Es obligado pararse y asomarse a ambos lados que parecen iguales, pero no; son diferentes.

Abajo, allá en lo más hondo, el Guadalevín salta entre rocas desgastadas. Los molinos desvencijados, a media ladera, no han podido resistir el paso inexorable del tiempo. El río busca su camino hacia otro río, hacia la mar que “es el morir”.

Descubro en Santa María la Mayor la magnificencia de las pequeñas catedrales y en la plaza, a la que se abre su puerta principal, la paz con que Ronda ha sabido arropar a uno de sus hijos preclaros: Vicente Espinel, el del pícaro Marcos de Obregón – que hay quien dice que es su biografía -, el de la “séptima o espinela”, el de la décima cuerda a la guitarra, y ahora, con busto coronado de laurel, oye -que no escucha- impasible, cuando tocan las campanadas graves y solemnes 

Salgo y camino. Me cruzo con otra gente de otros sitios, que como yo, acude a Ronda… Declina la tarde. Me dejo envolver por la magia. Me pierdo sin rumbo ni hora por sus calles. Hay que volver otra vez, a los rincones que retienen el embrujo de esta ciudad y poner en orden tantas sensaciones y comprender por qué Rilke, y tantos otros, sintieron su hechizo.

Entre el Puente del Tajo y la Alameda, en medio de un jardín recoleto, un monumento recuerda a Miki Haruta.   

“nació 13.3.1924;

           murió    3.2.1995”

 

Y debajo, agregan:

 

      “Nací para morir

       Muero para vivir”.

 

El tópico dice que ahora tengo que hacerme unas fotos ante el bronce del Niño de la Palma, y de su hijo Antonio Ordoñez y mandársela a los amigos, y por la Calle Pedro Romero – un torero tan grande con un pasaje tan pequeño – acercarme hasta la Plaza del Socorro y degustar las yemas del Tajo. Pues eso…


 

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