Medio mundo - el otro no lo sé, porque yo estaba en éste
– ayer tarde andábamos perdidos. Las redes sociales ‘se habían caído’ y
estábamos desconcertados. Ni sabíamos por dónde podría salir el sol si esto
seguía con ese problema.
Yo no sé qué hacía yo aquellas
tardes de verano con casi tanto calor como ahora cuando era muchacho. Bueno sí
lo sé. En mi casa, como gran novedad, habíamos comprado un ventilador y aquello
movía el aire y daba vida.
Yo, tenía costumbres muy raras,
lo reconozco, había adquirido una costumbre fea, muy fea. Primero, antes del
ventilador me dio por leer tebeos. El
Capitán Trueno con Sigrid, Goliath y
Crispín eran más que amigos. Vamos que casi como de la familia. El Jabato también tuvo su enganche pero
menos.
Después me dio por los libros:
Aparecieron Sinuhé, el Egipcio de
Mika Waltari, y Gaya Nuño con el Santero de Santurio y José María de
Pereda con Peñas Arriba y… don Pío
Baroja, ¡Ay, don Pío! Si usted hubiese sabido que a algunos muchachos las
Inquietudes de Shanti Andía nos metió el gusanillo de conocer alguna vez
aquellos parajes que usted contaba y que con el tiempo fuimos…
Lorenzo Orellana nos había
metido la ganas de leer a Tagore, - y lo consiguió – Yo no tenía dinero para
comprarlo el libro. Me lo prestó - y se
lo devolví – Miguel de los Ríos Cano, y a Juan Ramón, con ese Platero de flores y
algodón y a Hemigway con el Viejo y el mar y a Willian Saroyan con
la Comedia Humana. ¡Ay, Lorenzo! Tú
que me dijiste una tarde que yo sí sabía
lo que quería no sabrás nunca cuanto supuso para mí Homero Macauley y Ulises, el pequeño Ulises que le decía adiós
a un negro que viajaba en la jardinera del último vagón del tren que iba a
Ithaca, California…
Si no hubiese leído a don
Antonio Machado a lo mejor no sabría qué
se dicen entre sí las choperas del borde del arroyo. Si no hubiese leído a
Bécquer tampoco sabría que hay personas que hablan con sus ojos y que dejan que
se les escape el alma por ellos. Y todo esto, porque dicen, que se había caído
las redes sociales…
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