martes, 2 de julio de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ulises





Ulises navegó una mañana tórrida de verano por el mar de la rebajas. Ulises no pensó que Málaga, a primeros de julio, es igual de hermosa, igual de sorprendente, igual de  luminosa pero con más gentes, con cotorras en las palmeras y con rebajas.

 Ulises navegó a eso de media mañana. Sabía que a esa hora las sirenas echan una siesta fuera de lo que es lo normal, o sea, a la siesta de después de la comida del mediodía. Pensó que encontraría las camisas, - buscaba unas camisas -  esas camisas blancas que se ataba a la cintura con un nudo y cuando soplaba el viento, él las hacía velas que movían su barco, lentamente, suavemente, como solo se movía cuando él se tenía que amarrar al palo mayor para no dejarse embaucar por ellas.

Ulises guardó cola para entrar en ciudad. Atascos. Había coches que tenían una letra, indicadora del país de procedencia, en la parte izquierda, junto a la matricula. Y,  así vio una “F”, y una “D”  y una “P” y una “ZH” que no era del Zahara, que no, que era de un país donde los prados son verdes en verano.
Ulises bajó  al último sótano del aparcamiento. Todo, lleno. Miraba con el filillo del ojo por si en aquel momento otro intrépido  comprador como él, emprendía la marcha… pero tuvo que apurar todas las plantas hasta que encontró una plaza libre.

Ulises subió a la planta de caballeros y explicó a una señorita que no le hizo ningún caso qué quería y qué tipo de mercancía buscaba en aquella planta, llena de gente y muy fresca por el aire acondicionado pero nunca con la frescura del barlovento que él sentía en la cara cuando en la lejanía escuchaba aquel canto que lo llamaba irremisiblemente.

Entonces, Ulises bajó a la planta de perfumería y pidió un perfume especial, ese perfume que él sabía que era la única arma que tenía para enfrentarse a ella y adquirió un frasco grande, el más grande que tenían en existencia. Le preguntaron sí lo envolvían para regalos y él les dijo que no. Salió, cruzó entre la gente y se fue a la orilla del mar de Málaga y lo dejó caer sobre el nácar de la olas y entonces el mar comenzó a oler a jazmines, y a ella, su sirena…




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