Por la calle Ancha suben y bajan los suspiros (como
en aquellos versos de Lorca de los ríos de Granada, ¿se acuerdan? pues eso, pero sin río y sin agua). Es una calle ahíta
de luna y de sol, de belleza encalada en las paredes, de siglos acumulados, de
tiempos de espera…
La calle Ancha se queda estrecha cuando en las
noches de Jueves Santo baja el Nazareno de las Torres, majestoso, solemne,
sublime. Camina por entre un mar de cabezas. Le abren paso entre el gentío que se agolpa y no deja que avance,
entre rezos por dentro y suspiros: Un
año más, Padre mío, te veo asomar arropado por tulipas y cirios y flores y…
Detrás, solo
un poco detrás, el Crucificado que sin caber cabe, y que alarga los brazos como
si quisiera prolongar la Cruz, en una calle que tanto sabe de cruces, y tocar
con las yema de sus dedos las paredes y saludar a todos y a cada uno de sus
vecinos por su nombre.
La calle Ancha encierra el misterio de la Virgen de
las Ánimas en las noches de Viernes Santo o ese ir y venir ¿A pedir? ¿A
llevarle un ramo de flores porque es de bien nacidos el ser agradecidos? ¿Por las
dos cosas? No sé. La chiquillería, bajo
el sol de la tarde, ligera de ropa puede que juegue en la calle indiferente a
todos y a todo.
La calle Ancha se queda estrecha porque el trazado
urbano así lo manda en el primer tramo y, luego, parece que toma un respiro y
se asoma a la vega como quien no quiere, y a hurtadillas, porque en el Lugá
somos así, saca sobre el mostrador de las barandillas de sus puertas un
muestrario de geranios y macetas de colores y flores en los balcones…
Y luego, cuando pasa la Joyanca, a cielo abierto, se
echa un pulso los muros del castillo y la vega. A ver quién puede más… Imposible.
Y así ven cómo pasan los días, cómo pasa el tiempo, cómo pasamos nosotros.
La calle Ancha se queda estrecha entre tanto sabor a
viejo - con la calle Postigo, “un postigo en el adarve”- , la más antigua del
pueblo. Todo es cal. Todo es espera a algo que está por venir y tarda y no
llega. Si…
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