lunes, 14 de abril de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Del fado a los tambores


El fado es música de embrujo y encantamiento. El fado viene envuelto en la neblina de lo que se esconde dentro, muy dentro, tanto, que sólo se aflora cuando aparecen los momentos únicos e irrepetibles. El fado es esencia y perfume.

El tambor aporta música de percusión. Exterioriza, cruza los aires y llega hasta donde el golpeo de unos palillos sobre una piel tersa permite que lleguen los sonidos. Tan lejos que, a veces, alguien puede decir…por allí suenan los tambores.

Se envuelven estos días las ciudades andaluzas en el misterio de Cristos al revolver de una esquina. No es un misterio de fado. Es algo distinto. Es la luz que juega al escondite y lo transforma todo, lo distorsiona y alarga las sombras. Es la crueldad de una muerte tan dura como una crucifixión hecha tránsito a una gloria porque así lo manda la fe.

Desde ya las calles son templos más espaciosos y con menos penumbra. No tienen ni canceles y ni puertas pesadas que se abren en dos y dejan que entre la luz. Imágenes de policromía perfecta de un Dios que casi roza, con la yema de sus dedos, los geranios del balcón, cuando pasa por delante nuestra.

Otra vez será una dolorosa. Todas llevan un manto, largo, largo, que las hace como prolongadas en el espacio. Van cargadas de rosarios y pecheras de encajes y brillantes. Muestran a una Virgen niña, con mejillas sonrosadas por las que corre, siempre, indefectiblemente, una o dos, o tres lágrimas.

Se llenan estos días muchas calles del misterio de la fe… Eso que dice el teólogo moderno que ‘es dar un salto en el vacío. Michel Quoist escribió un libro delicioso de prosa entendible y a pedir de mano del pueblo sencillo: “Oraciones para rezar por la calle”. Naturalmente, no conocía la Semana Santa de Andalucía; habría dejado escrito que aquí se reza de otra forma.

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