miércoles, 23 de abril de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mary Rodríguez



 
Se visten las Ramblas, en Barcelona, de pájaros, flores y libros. Es San Jordi. La gente tiene costumbre –maravillosa costumbre - de regalar flores y libros. Sólo lo suele hacer un día al año. Es una pena que no se haga con más frecuencia.

Mi amiga Mary Rodríguez está escribiendo el libro más difícil de su vida. Es el más bello. El más hermoso. Sus amigos leemos las líneas, casi páginas, que ella nos estrega, con cuenta gotas, pero con mensajes sublimes y uno cuando los lee y, si estuviera más cerca le daría un abrazo, y en la lejanía, le dice: pero que grande eres, puñetera.

La vida viene como viene; la vida tiene cosas así y Mary es una –de las miles de mujeres anónimas – que merece un monumento grande: positiva, llena de optimismo, trasmite la fe de quien está segura que lo consigue. Somos muchos, también, los que sabemos que lo va a lograr. Al tiempo.

Es San Jorge. No vamos a comprar el libro que Mary escribe en su lucha diaria. Nos lo regala ella. Llevarse los libros que escribe otro,  eso es un gorroneo. No está bien. Pero Mary es tan generosa que nos lo da para que aprendamos - ¡y de qué manera! – del mensaje que nos envía.

Es San Jorge. Me viene a la mente aquella viejísima canción de Serrat de cuando éramos jóvenes. Huele a contradicción, “El vells amants”. Traduzco: “y por San Jorge él le compra una rosa / envuelta en un papel de plata / Y por San Jorge él le compra una rosa / y nunca olvida la fecha”.

Sirvan estas líneas como un ramo de rosas, hermosas - como el ejemplo que nos das  - y que te enviamos todos tus amigos. (El libro nos lo regalas tú). Van envueltas, en algo mejor que un papel de plata: llevan todo nuestro cariño.

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