domingo, 27 de abril de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pájaros


                                                      

El termómetro marcaba, esta tarde, veinticuatro grados. Corría una brisa suave; se iba la tarde. Un poco entelerañado el cielo y el sol de última hora - tibio, dulce…-  sobre la caliza de El Torcal; En las lomas, los trigos ya espigados esperan la llegada de la noche.

Se hacen polvo los chamarines; pasa una pareja de jilgueros, semáforo intermitente de colores en el cielo azul, con su vuelo a impulsos. En los cables del teléfono hacen parada, ¿la fonda? La fonda la tienen entre las ramas del granado de la esquina del gallinero… Pían los gorriones en el alero del tejado.

Las lavanderas de todos los años, bajo el puente de la vía del tren, se las andan con sus vuelos cortos y precisos, como sin miedo, como conociendo a los vecinos de siempre. Ponen una nota de oro viejo y verde en el arroyo seco.

Ya están, también, por aquí las golondrinas de vuelo rasante y rápido. Y los vencejos con nido de barro y misterio, y el cuco que canta en la Cuesta del Convento y las tórtolas - ‘las del terreno’ - en la alameda de Hoyo del Conde. Abubillas, verderones, carboneros, mirlos en los vallados…

Faltaba ‘ná y menos’ para llegar a América. Fray Bartolomé de las Casas lo recoge en su cuaderno de bitácora: “toda la noche se oyeron pasar pájaros”. Años después -1981- Caballero Bonald publicó una obra con el mismo título. No tiene nada ver mi sensación de esta tarde con la temática de la obra.


Sentado, al borde del camino y, quieto, muy quieto, me he puesto a escuchar el silencio. No era posible. Escuchaba algo más maravilloso aún. Era la sinfonía de pájaros que despedían la tarde; era el sol, dorando las cumbres, era sólo y ¡nada menos¡ que una parte de la vida.

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