jueves, 9 de noviembre de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Árboles, árboles, árboles....

 

 


9 de noviembre, jueves. Hemos tenido uno o dos o no sé cuantos temporales seguidos.  Han barrido parte de la Península Ibérica. En algunos sitios ha sobrado agua; en otros, ni gota. El viento, además, ha sido una auténtica tragedia. El viento lo ha arrasado todo o gran parte de un todo que se ha dolido por dentro y por fuera.

Lo que es peor. Se ha llevado vidas por delante. ¿El viento? No, exactamente. No ha sido el viento. Ha sido la caída de algunos árboles. La última, hace unos días, en Madrid, en Chamberi, en el entronque de calle Almagro con Santa Engracia y Alonso Martínez. Una zona céntrica; en otros, los servicios operativos municipales han tenido que cortar algunos de los que amenazaban con caerse.

Ha sido muy doloroso lo de la palmera de Huelva. Hace unos días Angus decía que la habían plantado Manuel Siurot y otro Manuel, Manuel González García. Yo le dije que hizo – hicieron – una grandísima labor social en Huelva. El segundo, además, en Málaga, de obispo… Hoy se le rinde veneración y culto y se le conoce como san Manuel González, el obispo de los Sagrarios abandonados, pero ese es otro cantar.

Vivimos una situación de locura. De verdad, como en la película francesa: el mundo está loco, loco, loco. ¿Hay alguien en su sano juicio que pueda justificar una guerra? Una pregunta. ¿Sabe alguien, por un casual, cuántas guerras hay desencadenadas en el mundo?

Injusticias, dolor, tragedia, intolerancia. Lo arrasan con todo. Se impone el egoísmo. Nos hemos cargado la convivencia, la decencia.  No hemos tenido bastante que nos cargamos también los mares y el campo y, ahora, el agua. El problema al que nadie quiere dar solución.  Y no se quiere asumir que vamos camino del desierto o sea, de la muerte.

En Madrid, Sebastián Salgado ha abierto una exposición en el Centro Cibeles. Denuncia la situación desértica del mundo. Según el fotógrafo brasileño, una de las situaciones angustiosas es la carencia de agua. Apunta como posible solución la siembra de millones, sí millones, de árboles autóctonos.

Sé que ni usted ni yo podemos hacer nada, pero y ¿si los que ocupan puestos de responsabilidad se lo piensan y toman la decisión? A lo mejor el final del siglo XXI puede pintar el mundo con otro color para los que vivan entonces… ¡Por Dios bendito! Árboles, árboles, árboles…

 

1 comentario:

  1. Queridoi Pepe, como estoy tan de acuerdo contigo en el texto, te contesto con parte de un artículo que escribí en 2019...


    "...Yo quisiera, amado campo, que el compromiso de los hombres contigo fuera el de un árbol por cada nueva criatura, que si en la vida empieza a crecer un niño, en la tierra empiece a crecer un árbol. Hay que asignarle un árbol a cada recién nacido, como se le asigna un número de identidad. Los gobiernos todos, nacionales, autonómicos, provinciales y locales, tendrían que habilitar terrenos, en el campo y en la ciudad, a la orilla de los caminos y a la orilla de calles y avenidas, en campo abierto o plazoletas, y en esos terrenos, que se plante un árbol por el recién nacido y que a los padres se les dé un certificado, para que ese niño sepa que ese árbol se plantó por él, solamente por él, aunque ese árbol no sea suyo, sino que forme una población para disfrute de todos. Cuando ese niño tenga edad para entender que ese árbol se levantó por él, lo amará, lo cuidará, lo regará, como si de un animal propio se tratara. ¿Por qué no se fomenta el árbol como mascota? Si los padres saben inculcarle al niño el amor por lo vegetal, el campo sería otro. Y serían otros los hombres."

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