jueves, 23 de noviembre de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Otoño en la Quinta de Los Molinos


                                  


                Parque de la Quinta de los Molinos. Madrid


23 de noviembre, jueves. El parque de la Quinta de los Molinos está en ese lugar de Madrid donde si uno se empina sobre las puntillas de los pies, con un poco de suerte, puede ver Guadalajara al fondo. Bueno. Es una broma y una exageración. Está claro.

El parque de la Quinta de los Molinos está muy arriba de la calle de Alcalá, si por “muy arriba’ se entiende lejanía de la Puerta de Sol y acercamiento al final de las líneas de metro o de autobús que unen la periferia con el centro.

Es un espacio ajardinado. A mí siempre me gusta llamarlo un pedazo de vegetación mediterránea incrustado en Madrid. Lo digo por los almendros y por los olivos que, a modo, de tierra de labranza, rememoran que en otro tiempo fue un espacio agrícola.

Al parque, que está cercado se puede llegar con la línea 5 de metro desde Gran Vía por Ventas, hasta Suances o con la 146 de autobús, que como va por superficie es más divertida. Jacometrezo, Callao, Gran Vía, Alcalá, José Banús, Hermanos de Pablo, - cruza Arturo Soria - General Aranda, Tampico, Los Molinos…

El parque limita al sur con la calle de Alcalá; por el norte, con Juan Ignacio Luca de Tena; al este con 25 de Septiembre (que debió ser una fecha muy importante para que Madrid le dedique una calle) y por el oeste, con Miami que, además, es cierto que está al oeste, pero que muy al oeste de la capital.

El parque tiene dos momentos estelares. Cuando, a finales de febrero o primeros de marzo – depende de cómo venga el tiempo –, los almendros se llenan de flores. Es el aldabonazo de la vida. Rompe en mitad del rigor del frío. Todo es una sinfonía de color blanco; comienzan a libar de las abejas.

El segundo, en otoño. Los plátanos orientales que orillan sus paseos se visten de oro viejo. Caen las hojas, lentamente, y en el estaque que ocupa su centro hay una chispa especial. Ese encanto que solo tienen los parques cuando llegan los días cortos y las noches largas y se ocultan las urracas y no hay arrullos de palomas torcaces que desde hace un tiempo se han adueñado de las ciudades.

Si tienen ocasión, no se pierdan una visita. Es una de las muchas ofertas que Madrid ofrece a quien se acerca a él con el alma abierta…

 

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