jueves, 30 de noviembre de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Viento


                           


30 de noviembre, jueves. “Soy un ex ciudadano de ninguna parte. A veces, echo de menos mi hogar”. Le decía Lee Marving a su amigo cuando se iniciaba la desbandada de la gente en aquella “Ciudad sin nombre”. Habían ido a buscar oro; solo encontraron, decepción. Llovía intensamente. Se había echado el viento. El camino estaba embarrado.

Desde hace unas noches está alocado el viento. El viento viene de algún sitio que desconocemos y a va a alguna parte de la que tampoco sabemos casi nada. Alguien me dijo, en una ocasión, que él sabía dónde se daba la vuelta el viento.

Cuando yo era niño, de noche, lo sentía ulular en la chimenea de la casa. Percibía como bajaba en algunas ocasiones y hacía que se retorciesen los troncos en las llamas de la lumbre. Aquellas noches tenían un no sé qué especial que las envolvían de misterio. Luego, al niño lo vencía el sueño y soñaba con cosas que, al despertarse por la mañana, casi nunca recordaba.

El viento sopla de manera diferente en las lomas; en las quebradas, por entre las ramas de los árboles; en el nogal del borde de la cañada…. Los cipreses son los únicos árboles que le sacan la muleta la viento y hacen que embista cómo y de la manera que ellos quieren.

A veces es un viento áspero, hiriente. Ese viento que azota la cara y levanta las hojas del suelo.  Cuando es de noche, entonces, deja el cielo limpio de nubes. Titilan las estrellas en la inmensidad. ¿Estará escrito mi nombre en las estrellas?  Yo no sé los nombres de esas estrellas tan lejanas. 

Los cipreses del borde del camino aguantan el ímpetu furioso del viento. Cuando es suave, entonces, se balancean suavemente con la sensualidad que solo tiene una mujer que conoce su poderío y su atractivo y su manera de mostrar el señuelo ante el que no cabe ninguna resistencia.

Cuando se embravucona – el viento, claro – los cipreses se balancean elegantemente y lo atraen a su campo porque los cipreses siempre se los saben atraer a su campo. Gimen, crujen incluso, pero ellos permanecen erguidos sin dejar de apuntar siempre al cielo.

Veo los cipreses del camino y me acuerdo de los que orillan otros campos y me pregunto si ellos, como los nuestros, saben sacarle la muleta y lo atraen a su terreno y hacen que, entonces, solo entonces haya momentos donde parece que se para el viento.

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