martes, 21 de noviembre de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Rapao


                                   


21 de noviembre, martes. Me da ternura, nostalgia, pena…. No sé. No sé qué me trae su recuerdo cuando me pongo a hilvanar estas palabras, engarzadas unas con otras como las cuentas de un rosario de sentimientos que ni es de madera, ni de marfil, ni es el rosario de mi madre.

- Que está ahí “el Rapo”, anunciaba Inés, desde la puerta de la casa…

- Dile que entre, le respondía, mi abuela.

“El Rapao” era un hombre muy grande, o al menos me lo parecía a mí, que era un niño pequeño. “El Rapao” traía un montón de ilusiones. Juan, que era su nombre, debía medir algo así como un metro ochenta o poco más, pero para mí era un gigante por su cuerpo y por todo lo que venía con él de ilusión, de magia, de asombro.

Tenía los pelos blancos y usaba unas gafas de cristales redondos bordeadas de latón y patillas de alambre. Muchas años después supe que un hombre que se llamaba Gandi tenía unas gafas como las suyas. Cuando yo lo descubrí ya no estaba Juan “el Rapao”.

Se presentaba a eso de media mañana. Venía andando por el borde de la vía. Nunca tenía prisa ni para llegar ni para irse. ¿De dónde venía aquel hombre solitario? ¿Adónde iba? ¿Lo esperaba alguien?

Siempre traía en los bolsillos (dos bolsillos grandes), a ambos lados de su blusa de tela recia unas pequeñas marionetas que sacaba lentamente, sin prisa, porque Juan nunca tenía prisa para nada y las ponía sobre el poyete del rancho.  Yo las escudriñaba con ojos de niño curioso y veía a la bruja que llevaba un paño negro sobre la cabeza y a un viejo con la nariz muy larga. Llevaba también un niño con un pantalón de babero, pero a esa marioneta casi nunca la accionaba…

Mi abuela le ponía un tazón de café negro con un chorreón de leche de cabra. Juan lo migaba y lo apuraba lentamente. Al menos a mí me parecía que lo hacía muy despacio. Me corroía la prisa porque yo quería ver a las marionetas moverse cuando Juan las elevaba en el aire y hablaban entre ellas…

Juan, terminado el tazón de café, se sentaba debajo de la parra en una silla baja. Hablaba cambiando la voz y yo creía que eran las marionetas quienes se decían entre ellas las cosas malas que yo había hecho y conocían que un día me fui al borde del río, a la nerisca de Lería sabiendo que eso estaba prohibido…

 

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