miércoles, 8 de marzo de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mujeres que dejaron huellas: Faeneras.



Faeneras. Estación de Álora. Cortesía de Periódico-Digital Álora-Noticias


8 de marzo, miércoles. El trabajo era grande. El jornal, pequeño – o sea mal pagado – y en condiciones que hoy no soportarían una inspección. Los almacenes donde se manipulaba y acondicionaba la fruta para su traslado a los puestos de venta estaban en las cercanías de la estación de ferrocarril. Luego, con el paso del tiempo, algunos pasaron a otro lado del río. A aquel trabajo se le llamó, “la faena”.

Según qué tiempo y acorde con la marcha cíclica del campo se manipulaban limones, naranjas, tomates, granadas, nísperos, ciruelas, batatas… La estación era un hervidero humano. Los hombres, con bestias, traían la mercancía del campo. En los almacenes se preparaban para su salida. Los trenes de mercancías, el medio de transporte para llevar toda aquella producción a los sitios más lejanos…

Los almacenes eran naves diáfanas, grandes, destartaladas. Junto a la puerta una pequeña oficina. Las puertas proporcionadas para que pudiesen entrar las bestias con angarillas, capazo, serones… La mercancía se vaciaba, apilada en el suelo y desde allí, se acercaba a la cuadrilla de mujeres que la manipulaba. Según qué frutos se envolvía en papel fino. Llevaba impresa la imagen de una naranja, de un limón, luego se empaquetaban con primor, con mimo. Se le hacía ‘la cara’. Ganaban en vistosidad y se empaquetaba en pañiles.

En los días anteriores a la Navidad la faena se incrementaba.  Todo era bulla, prisa. Había que sacar cuanta más mercancía, mejor. Lo pedía el abastecimiento de los mercados por la fecha que se acercaban. A veces, era tal la intensidad del trabajo que incluso se trabajaba a la intemperie. Frío que helaba la cara, ante que el sol comenzase a calentar…

Al mediodía se paraba un rato para la comida. La mayoría de las veces, sin calentar; otras, la gente menuda de la casa, - no siempre, por supuesto – acercaba una ollita de barro o porcelana y dentro la manutención de la madre, la hermana, la tía, la vecina…

A aquellas mujeres: las faeneras, pasados unos años el Ayuntamiento les levantó un monumento de reconocimiento, a su trabajo y a cuánto aportaron a una economía de subsistencia. Trabajo duro, muy duro. Estos días, el feminismo reivindica con justicia el lugar que le corresponde a la mujer. He querido acordarme de ellas, sin saberlo fueron únicas…

 

 

                           

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