viernes, 20 de mayo de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Preludio



20 de mayo, viernes. Dicen que con ese nombre se conoce lo que viene antes del comienzo de una obra. Vamos, casi la entrada. Dice el hombre del tiempo que este año se adelanta el verano. ¿Preludio? No, no. Simple y sencillamente, mala leche.

Se las andan con temperaturas altas en algunas zonas del Valle del Guadalquivir. Puede parecer algo así como un síntoma de normalidad, pero que tengan lo que dicen los termómetros por encima de los 38º y casi 40º entonces, eso ya son otros lópeces.

Alguien me dijo que mientras el termómetro se queda dentro de los treinta grados, a eso se le llama ‘el calor’; cuando se superan los cuarenta, cambia de género, el masculino se transforma en femenino y se le llama ‘la calor’. Cuestión de apreciación. Nada más.

Lo cierto es que la luna llena, bellísima, de hace unos días, ha dado paso a noches de calor. Noche de ventanas abiertas en las que uno desvelado, sueña con cielos estrellados de lunares pequeñitos de colores bajo un suspiro de esperanza - ¿por qué a la esperanza la pintan siempre de verde? – que oculta un bosque negro, profundo inalcanzable en su infinitud.

El viento y el sol implacable de las siestas, han secado las lomas de Virote, y las cunetas de los caminos. Ya no hay verde en los bordes de las carreteras. La yerba se ha tornado pajiza. Se bambolean al viento las espiguitas secas. Han perdido su policromía – amarillas y blancas -  las margaritas y las malvas apuran sus últimos tonos lilas.

En pocos días hemos pasado de los verdes tiernos y suaves a los amarillos traspillados. Son amarillos que van a estar con nosotros hasta que el otoño llame a la puerta - ¿otro preludio? – y deje las primeras lluvias y los cuerpos entonces se nos ponen de otra manera… Pero ¡está todo eso tan lejos!

Ahora estamos en la trasmutación no deseada. Ahora se nos acaba el canto de los pájaros melodiosos y vendrán los de las cigarras en las horas plomizas de la siesta y los de los abejarucos que aprovechan las corrientes térmicas y siembran el pánico en el colmenar. En la lejanía, por donde careen las cabras o el rebaño de ovejas, una nube de polvo seco será la delatora de su presencia. Y mientras tanto estaremos, una vez más, en la espera. El hombre siempre espera y espera…

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