martes, 17 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Crespúsculo

 

 

                                         


 

José María Pérez Lozano a quien yo no conocí y del que tengo imágenes a través de fotografías en blanco y negro, era un señor delgado, que usaba gafas de pasta con montura redondeada, con la nariz  un poco larga y cara de serio.

Nació en Navalmoral de la Mata, un pueblo que he cruzado muchas veces cuando me escapaba a La Vera, o sea a Cuacos de Yuste, o cuando venía de vuelta buscando la comarca de los Ibores para bajar por Guadalupe.

 Entonces, quiero decir, hace unos años, se atravesaba el pueblo que uno ya se sabía de memoria. Se cruzaban las vías del tren y se pasaba por la puerta del campo de fútbol del  Moralo, al que nunca vi jugar, pero que a mí me caía bien y por el Campo de Arañuelo, y se salvaba el Tiétar y, aparecían unas plantaciones de hojas grandes y verdes espolvoreada por aspersores de agua que caía como una lluvia fina a pesar de ser verano y de estar el cielo despejado de nubes…

A lo que iba. José María escribió un libro delicioso. Lo publicó en 1958. El libro del que no me he desprendido y al que recurro muchas veces se llama Dios tiene una O. Cuenta cosas preciosas y lleva con mucha poesía a la vida del devenir diario. Es un cuento apócrifo donde un niño que se llamaba Jesús abría los ojos y pensaba en voz alta con su madre que se llamaba María…

Cuenta del romano que iba por la calle en una cuadriga de ocho caballos y de los paseos que ese niño daba con su madre…, y que el niño veía que la luna era blanca pero que Madre, su madre, siempre le ganada a la luna porque ella era luminosa…

No conoció, probablemente, José María, los atardeceres  de otros sitios como esos crepúsculos largos de Torremolinos, la ciudad que, años después, ofreció sus playas y su luz a muchas personas de los lugares más dispersos que acudían a ella. Y así, además, de que Dios tiene una O, uno se entera que Dios con su luz casi embrujada, también tiene una generosidad tan grande que llena de dulzura y compañía el corazón del hombre solitario que camina por su playa…


 

 

 

 

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