miércoles, 27 de febrero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Alora, revoleras y poesía







El río que iba para la campiña feraz y ubérrima para la sierra Sur de Sevilla, para donde Dios le había marcado ruta y camino, para… pues no , miren que no. El tío va y se vuelve y le hace un regate a Campillos y como los toros bravos se arranca de lejos y remata en tablas y como las tablas está bien puestas, las empitona y le lanza una cornada certera y las abre en dos (a las tablas de la cordillera, claro) y la caliza se echa a un lado y a otro y entonces, él, sigiloso, casi con humildad se mete por medio y abre uno de las hendiduras más asombrosas, más soberbias, y más impresionantes. Se precipita de piedra en piedra, abajo, el agua. Crea el Desfiladero de los Gaitantes y cuando sale por El Chorro es un reguero de espuma clara; es un canto entre huertas con azahares en primavera y almendros floridos en lo más crudo del invierno…




Y la ve allí, arriba, y el río sabe que es Álora. Y ella se abre en revoleras y porque es poesía hecha pueblo, porque es pincelada en ladera que baja del monte – desde El Hacho-  al río, porque es nácar de cal blanca que se ofrece y liba y perfuma y es esencia y aroma y desde la lejanía, saca el pañuelo y lo invita y lo reclama y lo llama….
Álora se asoma, como de puntillas, a la vega, y ve cómo corre  el río - el Guadalhorce que aún no se le ha llamado por su nombre- y desde la parte más alta a donde  no llegan las brisas que suben de la mar y se ofrece generosa, pletórica y llena.



Como el amor brujo que canta Antoñita Contreras y rompe en el pellizco por dentro; como el poderío de una malagueña en la voz de Benito Moreno, como esa luz enigmática, silente, única que caza a la noche que va y viene por calles de misterio y recovecos, de encanto y sueños…
(Fragmento de “El río nuestro”. Publicado en la Revista: Desde el Alto Guadalhorce. Núm. 8)

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