lunes, 18 de febrero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Hoy






Día gris y anodino. La prensa viene –si no es porque es preceptivo leerla- como para no abrirla. A los telediarios se les echa de comer aparte. Confunden, algunos,  la información con el proselitismo. Imágenes de políticos que se insultan y se ladran y  ni se mudan de color…

Viaje rápido a Benalmádena. Mediodía. El mar conservaba, desde la distancia, - la carretera va por la mediación de la montaña - el rizado del oleaje de ayer. Hacía viento. Trabajan en los bordes de la carretera. Parece que van a adecuar los accesos. Entrar, desde la autovía, en ese pueblo es una odisea.

A media tarde, a medida que se alargaban las sombras, cantaban los mirlos en el soto del arroyo. Me callé. Procuraba no hacer ruido. Estuve, un rato, al acecho de algo único, bellísimo. Ellos seguían en su labor que no era otra que comunicarse entre sí. Afortunadamente, los hombres no somos capaces de descifrar el canto de las aves. Lo estropearíamos. No me cabe la menor duda. Yo permanecí quieto, inmóvil. Pasó no sé cuánto tiempo. En un momento determinado ellos decidieron que se había acabado el concierto. ¿Se recogieron en la frondosidad del cañaveral? ¿En los zarzales impenetrables del arroyo?

De regreso a casa me refugio en mis soledades. Pocos placeres tan llenos de hedonismos como el de las zapatillas viejas y el batín que ya tiene los codos un tanto raídos; la mesa camilla y el silencio de la noche; el viento que ulula por los tejados, y de vez en cuando un ladrido de un perro en la lejanía y, uno enfrascado en la maraña de la buena lectura.

Me acuerdo de los mirlos. ¿Dónde estarán? ¿Se habrán dio a otros sotos para esperar la llegada de un día nuevo? Ahora cuando escribo ya siento que viene la noche. El rocío vespertino será un manto blanquecino sobre de la yerba bonita y el frío, porque se había ido el sol, me recuerda que estamos en lo más crudo del invierno. Ahora leeré hasta altas horas de la madrugada. Me  voy a enfrascar en la literatura del Salvador González Anaya: está trasnochada y de vocabulario rebuscado; ya no están de moda. Me da igual. Hace falta un diccionario a mano para adentrarse en sus entresijos. ¿Para quién escribía este hombre?

No hay comentarios:

Publicar un comentario