jueves, 7 de febrero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tito Livio y Agripina







Tito Livio es un gato de pelo negro azabache muy fino y brillante. Tito Livio (Tito Livio Patavino fue un historiador romano. Escribió la Ab urbe condita. Yo, de muchacho, la traduje, por decir algo, vamos, que la hice polvo). Tito Livio, el gato,  tiene los ojos grandes y mira con fijeza. Me sigue a todas partes… Se deja acariciar, y cuando siente la mano, encorva el lomo y eleva el rabo como un ciprés empimpollado .

Agripina es una gata de pelo entreverado: negro, rubio y blanco. Agripina, (Agripina, la romana era de mucho cuidado. Hermana de Calígula y madre de Nerón. Su historia, para echarse a temblar). Agripina, la gata, es arisca a veces y esquiva; cuando quiere se  deja acariciar pero siempre avisa que tiene uñas para arañar. Agripina se va por los tejados; busca otras lunas.

Tito Livio y Agripina no saben nada del carajal que hay montado. Lobos de dientes afilados se lanzan dentelladas que abren, al contrario,  en canal. Primero, una raya blanca en la piel; luego, comienza a aparecer algo enrojecido; después, de la herida brota una hiel roja que tiene nombre propio. No hay manera. Se ve que esta España nuestra no tiene otro modo de arreglar las cosas…

Un carbonerillo de pechito amarillo limón y cabecita tocada de negro se posó en una rama. Me miró; lo miré.  Ambos supimos que íbamos a nuestras cosas. Levantó el vuelo  y se fue, de rama en rama, hasta perderse en la frondosidad.

Andaban también en sus tareas los mirlos. El año pasado una pareja anidó en el naranjo cajel que está  en la esquina, junto a la vereda que lleva a la alberca. En verano, los membrillos dan sombra a la alberca pero antes, cualquier mañana de primavera, aparecerán con un enjambre de flores blancas a modo de mariposas…

Casi con las primeras luces subió el pastor a la sierra. Llevaba  una sinfonía de cencerras. Labraban los perros… Me acordé de San Juan de la Cruz: Pastores, los que fuerdes / allá, por las majadas, al otero, / si por ventura vierdes…  Un locutor, en la radio, lee un rosario de palabras, a modo de puyas envenenadas, que publican los periódicos… Tito Livio me miraba; él, tampoco entendía nada.





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