miércoles, 6 de julio de 2016

Una hojas suelta del cuaderno de bitácora. Callejuela

Cielo de atardecer. Callejuela… con salida. No, no es la aquella que escribieron para doña Juana Reina, Rafael de León y el maestro Quintero: “Callejuela sin salida, / donde yo vivo encerrá, / con mi pena, mi alegría,/ mi mentira y mi verdad”. No; no es esa.

Está  entre Erillas y Juan Naranjo; un poco más allá de pasar, casi al terminar la baranda que protegía la calzada donde estaba el molino, “el molino de Juanito”, conforme se viene de la Veracruz. Juanito, el molinero siempre tenía su boina enharinada; Isidoro, el ayudante, trajinando de un sitio a otro.… Ahí, ahí arranca.

La Callejuela, Callejuela de Padilla tomó el nombre de su vecino más ilustre. El presbítero Alonso de Padilla en la mediación del siglo XVIII. Le sobran años y raíces en la historia; le falta longitud en el espacio callejero. Solo unos metros; muchos recuerdos.

El clérigo dotó  la puerta de entrada a su casa con una notable portada de piedra de inspiración herreriana. La flanquean dos pináculos; la corona un blasón elíptico en el que figura la inscripción: IHS (Iesus Hominum Salvator, Jesús, Salvador de los hombres).

 “Niños, nos decía Juana, Juana Sánchez, la vecina de enfrente, no os vayáis en las noches de invierno a la Callejuela, que salen fantasmas”. La Callejuela estaba siempre solitaria.

El aire arreciaba por las equinas. Entraba derechito. Iba a su antojo de calle a calle y cuando soplaba con fuerza movía la bombilla tenue  y solitaria, la mayoría de las veces fundida, que pendía casi desde la altura del balcón de la casa de María Pérez…

La Callejuela era nuestro refugio de juegos. La fábrica de gaseosas, porque en esa misma casa, Cristóbal Pérez, el alcalde que puso el agua potable en las casas del pueblo, tuvo una ‘industria’ de bebidas carbonatadas para servicio de bares y muchos recovecos para juego de los niños cuando Félix repartía la mercancía…


En esa misma casa, ahora, restauran a caminantes que aprecian la calidad de los manjares, ávidos de una cocina diferente y un servicio muy por encima de la media de muchos kilómetros a la redonda. Entre dos luces… cae la tarde. ¿Cerrado? Abierto al arte de una fotógrafa excepcional. Se llama Marilina, ¡ah!, y el restaurante, Casa Abilio… 

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