jueves, 14 de julio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lusitania

Está a orillas del Guadiana. Un poco más allá, conforme se anda con el sol,  la frontera con Portugal. Al Sur, ciento noventa y ocho kilómetros,  la separan de Sevilla; al Norte, después de cruzar el Sistema Central que por que por aquí se llama Gredos, o Sierra de Tormantos, o Sierra de Béjar, o  Las Hurdes, se llega al Campo Charro.

El emperador Augusto llevó a cabo una reestructuración de la Península Ibérica para su mejor gobierno. La dividió en provincias. La Lusitania integró a las tierras bañadas por el Tajo y el Guadiana hasta los confines del mar donde los hombres sentían el miedo por lo desconocido cuando se atrevían a adentrarse en sus aguas. Fundó una ciudad; le dio su nombre: Augusta Emerita.

Emerita Augusta - el orden de los factores no altera el producto - fue la capital de la Lusitania; casi en la linde con el límite de otra provincia de Roma con nombre propio, la Baetica. La Baetica tuvo su capital en Itálica y al otro lado del río Hispalis. De allí salió gente, mercancías e identidades que engrandecieron  el Imperio.

Roma se llevó mucho; Roma dio mucho: lengua, organización política y social; Derecho romano, obras públicas, comunicaciones… Una vía que, entonces, a las carreteras se les llamaba así, unía el norte de Iberia con Itálica pasando por Emerita Augusta, la Mérida de hoy.

El Museo Arqueológico Nacional ha montado una magna exposición de piezas recuperadas de aquella provincia romana. Piezas que se conservan en museos españoles, el propio de Mérida, de Cáceres, de Badajoz o de ciudades portuguesas – que entonces no había lindes – de Lisboa, Castelo Branco, Beja, Faro…


La exposición hace una recorrido, a través, de lo recuperado por la Arqueología. Muestra cómo fue la vida hace más de dos mil años en que Occidente asimiló la cultura romana. Piezas únicas y restos mutilados hablan de un esplendor poco común, y del que pocos pueblos pueden sentir el orgullo de tenerlo en sus raíces.

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