lunes, 14 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora.

Sucio, muy sucio. Un abrigo recogido de algún contenedor de basura, zapatos viejos y raidos; harapiento; los pantalones caídos; la camisa algún día fue de color. Hoy no se sabe cuál. Tenía una barba crecida desde hace mucho tiempo.

La tarde estaba soleada. No había brisa. Las ramas de los árboles, desnudas, dejaban ver que ya va pasando el invierno. Algunos brotes están a punto de reventar. Una pareja de palomas torcaces, paradas en las ramas más altas; un mirlo, confiado; gorriones…

Los niños jugaban en el recinto cerrado. Columpios, unos artilugios por los que trepan y dejan claro que el hombre no desciende del mono; no. Desciende del árbol, o de todo lo que está un poco más alto que el nivel del suelo.

Llegó solo. Se acercó a uno de esos artilugios que coloca el ayuntamiento a modo de fuente. Pulsó el botón; bebió del chorro de agua clara. No habló con nadie; no le habló nadie. Era un fantasma. Cruzó entre el gentío. No quisimos verlo. Un suave alivio brotó cuando el hombre se alejo; luego, se perdió detrás de los árboles.

No tienen sitio en nuestra sociedad. Tampoco lo tienen los que huyen del horror. Europa - los recibien a palos en algunas fronteras - acaba de ‘venderlos’ por ‘otras’ treinta monedas. En Alemania, ayer mismo, ganaban los xenófobos en dos Landers…

Leo, cuando vuelvo, que la tarde del domingo fue un clamor pletórico de traslados de imágenes. Se vacían los templos. Cristos y Vírgenes se llevan a los tronos donde dentro de unos días se procesionarán por las calles.

Ahora, cuando escribo es noche cerrada. Me resuena aquello de porque “tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estuve desnudo y me cubristeis; enfermo y….” Y todo eso que sabemos, más o menos bien.


Les decía. Hace rato que llegó la noche. El parque - el parque de la Quinta de los Molinos - ahora está sumido en la oscuridad. ¿Dónde va a dormir ese hombre esta noche? Madrid sigue inmerso en el ruido que no cesa en las grandes ciudades. Hay otros ruidos que van por dentro… Ustedes perdonen.

1 comentario:

  1. “Homo homini lupus” decían los romanos; “el hombre es el lobo del hombre” y no se equivocaban, porque han pasado mas de dos milenios y el hombre lo sigue siendo. Cuando un indigente se acerca, sentimos inquietud y cuando se aleja alivio. Poco importa la causa por la que vive en la indigencia y menos aun, queremos saberla. Simplemente evitamos su contacto, incluso visual. Hay indigentes económicos e indigentes del alma, porque la tienen famélica o tal vez muerta. De la primera puede salirse, la segunda – sin embargo - es vitalicia...

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