domingo, 27 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La calle

Cae la tarde. Paseo por la ciudad. He bajado, hacia el mar, por calle Larios; giro por Sancha de Lara  - ha quedado muy bien el arreglo peatonal del entorno de la catedral -. Se encienden las primeras luces; se pierden las gaviotas en vuelos acompasados con un leve aleteo de alas puntiagudas por ese pedazo de cielo que se ve desde la calle.

Hay gente. Hay mucha gente. Va y viene. Pasean. Yo, también. Por Molina Lario llego hasta la Plaza del Siglo. Sobran bares de diseño. Me viene a la mente: “Málaga ciudad bravía, con más de cien tabernas y una sola librería”. La gente bebe. Han invadido la calle. El suelo está ahíto de cera.

Una pareja joven está sentada en un escalón. Obviamente, turistas. Están de visita. Él tiene, entre sus manos, una guía con pastas azules de la ciudad. Un dedo, casi en la mediación, sirve de separador de la página donde está lo que buscan. Tienen cara de cansados. Reposan la espalda sobre una puerta de madera. Una de las pocas puertas de madera artística que perviven en la zona.

Callejeo. Me adentro por la calle que Málaga dedicó a Denis Belgrano. Hay balcones con geranios florecidos. El pintor costumbrista seguidor de Fortuny estaría orgulloso de tanto colorido. Una lápida de mármol blanco dice dónde tuvo su estudio.

Sigo camino por calle Granada. A la derecha se abre la calle San José.  Es estrecha. Casi se tocan las fachadas. Busco, por la Plaza de la Judería, Alcazabilla. No está encendida la iluminación de la Alcazaba. Málaga no ha agradecido bastante a don Juan Temboury la labor de recuperación del monumento.

Me abro paso entre la invasión de mesas que ha hecho de la calle - a ambos lados - esa bodega de moda ahora en Málaga. Una señora le indica a otras dos compañeras que también pasean con ella, dónde ‘vive’ Antonio Banderas.


Por un momento tengo la tentación de preguntarles si saben que es lo que tiene a sus espaldas. Desisto. Ibn Gabirol sigue en su sitio; la higuera, recalzada con piedras, en el Postigo de San Agustín está llena de rebrotes tiernos…

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