lunes, 17 de julio de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Guadalhorce, río nuestro (2)

 

                     


        Río Guadalhorce a su paso por Antequera en una crecida otoñal


18 de julio, martes. Se entrega abierto a la vega. Busca el encuentro con otro río, el río Guadalquivir. Dicen los libros de Geografía que nació con vocación de Atlántico y… pues no, pues no. Bordea Antequera. Antes le vino, por la margen izquierda el Parroso, desde otra Villanueva, la del Rosario; ahora, el de la Villa, agua de las nieves purificadas en la caliza de El Torcal.

El río sabe que San Sebastián queda en el centro.  Una plaza y encrucijada de cinco calles: Estepa, Nueva, Cuesta de Santo Domingo, Cuesta de Zapateros y Encarnación. El templo, soberbio.  Hay que detenerse y escudriñar, a golpe de vista, la belleza del campanario con el angelote desafiando vientos. Es diferente. No se parece en nada a las veletas que coronan otras torres.

El interior, asombra. Lápidas funerarias - la de Rodrigo de Narváez, alcaide conquistador- repartidas por las paredes. Recuerdan a los poderosos en dinero (¡y en qué queda todo!) gustaban pasar a la posteridad desde las umbrías de los templos bajo el amparo de luz de velas y de rezos pagados en mandas, fundaciones, capellanías, testamentos...

Antequera es Prehistoria, Roma, Renacimiento y Barroco. Los libros cuentan que lo primero fue lo primero. Si nos remontamos a viejo en el tiempo, claro, hay que irse al Romeral y a Viera y a Menga. Si no, una subida a Santa María. Es un templo magnífico: por construcción, por ubicación, porque así lo vieron quienes decidieron su enclave. Allí, Pedro Espinosa, de espaldas al templo, - que no es irrespetuoso, que no, que es porque lo colocaron de esa manera - sigue con su lectura abierta…

Dormita el Barroco en el Carmen, en los Remedios, en San Agustín, en Santiago, en Belén… Araña vientos el Giraldillo; se hacen fuertes espadañas, campanarios, torres y veletas. Antequera la de las una y mil iglesias. Conventos, curas, frailes y monjas que rezan maitines de madrugada, y el pueblo, siempre el pueblo que espera.

En Antequera vivió uno de los poetas – quizá el mas grande que escribió en prosa, del campo – José Antonio Muñoz Rojas. Su obra antológica Las cosas del campo es algo así como el maná que alimentó al pueblo que deambulaba, perdido, por el desierto. A mí me gusta verlo mejor como la mano de Dios que se baja al papel…

 

 

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