jueves, 31 de marzo de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Emperador y otras cosas

 



                   Tornavacas (Cáceres)


Llego a Tornacas a media mañana. Al final del pueblo, a la derecha, por bajo de la carretera está la fuente. Es una fuente de piedra. Tiene dos caños y un agua clara, limpia, abundante y fresca. Me acerco. Me refresco echándome un poco en la cara.

La mañana está espléndida. La carretera es un hilo asfaltado. Sube – una continua curva – hasta coronar el puerto. Ya no es Extremadura. Arranca Castilla. Allí nace el Jerte.

Un hombre mayor sentado junto al pilar, deja que pasen las horas. Es tiempo de verano y está abrigado con una chaqueta, jersey y una camisa de cuadros. Entre sus manos, un bastón de madera de castaño. Apoya la espalda contra la pared de piedra…

-         Buenos días, abuelo.

-         Buenos…

-         ¿Echando el rato?

-         Echándolo…

-         Hace calor…

-         Hace…

-         Tienen ustedes un pueblo muy bonito…

-         No está mal. Antes era otra cosa…

-         ¿Y eso?

-         Pues ya ve, los jóvenes se han ido. Solo quedamos los viejos…

-         Pues, usted está muy bien…

-         Como los duraznos, lo malo por dentro…

-         ¿Cuántos hace?

-         Metido en los noventa y tres…

Poco a poco, me gano su confianza. Me cuenta, que de joven trabajó en el campo. (A lo lejos se escucha cómo faenan los hombres en la recogida de las cerezas, cencerras de vacas en la ladera y un burro que rebuzna en una cuadra). Se interesa por saber de dónde vengo y me dice que cuando era “momento” iba a comprar papas a la vega de Antequera. “Llevábamos picotas, y en el retorno cargábamos papas…” Tenían buen género.

Se llama Antón Méndez. En la casa de un antepasado suyo, pernoctó el Emperador cuando iba camino de Jarandilla antes de atravesar la sierra de Tormantos.

-         Mire cómo era la gente de antes. A los pocos días descubrieron en el desván una imagen de la Virgen. Dieron noticias al séquito para decirles del olvido. El Emperador les escribió una nota de su puño y letra y les dijo que era una donación por lo bien que lo había atendido…

Le digo que sigo camino, que voy para el Barco de Ávila, y de allí a Matarredonda de Gredos en busca del nacimiento del Tormes. Me desea buen viaje….

Era una mañana soleada de un día de verano de hace unos años… Entre los árboles, voló una oropéndola.

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario