domingo, 29 de agosto de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Larios

 

 

                               


Es vieja en el espacio y nueva en el tiempo. Su construcción comenzó – acaba de cumplir 130 años - en el siglo XIX y la última remodelación en este XXI

El nombre se lo da el II Marqués de Larios, Manuel Domingo Larios y Larios y, en Málaga, porque aquí somos así, la hemos dejado solo en el apellido, y es Calle Larios.

El marqués fue un prócer del siglo en el que Málaga tuvo un desarrollo industrial importante. No solo los Larios, también otras familias venidas de otras tierras, impulsaron el crecimiento. Apellidos como Heredia, Livermore, Crooke, Loring, Álvarez…, hoy muchos en el recuerdo; otros en el olvido, fueron los pilares en una Málaga de entonces que desembocó en la de hoy.

El centro urbano era un dédalo de calles estrechas, que formaban, entre ellas, una tela de araña impenetrable. La insalubridad, la carencia de aguas corrientes, y la falta de higiene, en muchos casos, fue un foco y nido de infecciones que arrasaban periódicamente a la población residente.

Un consorcio – entonces no se llamaba así – decidió abrir una arteria que comunicase la Plaza Pública, hoy Plaza de la Constitución, donde estaba el Ayuntamiento y otras instituciones con el mar del que venían las brisas y el aire que purificaba todo aquel ambiente mal oliente y lleno de suciedad. Otras arterias comunicarían Molina Larios (éste fue un obispo ilustre sin ninguna relación con la burguesía del XIX con Capuchinos, y calle Granada con la Victoria. No tuvieron el éxito deseado, en fin, cosa que pasan.

No fue fácil desde el principio, quiebras – algo tuvo que ver el marqués de Salamanca que sí era malagueño, en el asunto – y fueron los Larios, concretamente Manuel Domingo, que hoy desde una estatua, en mármol blanco, obra de Benilliure ve cómo pasa el tiempo y las modas y… por delante de él.

La calle Larios da para mucho. Belleza serena, paisaje urbano diferente, paso obligado de tórtolas y tórtolos en otro tiempo. De sus muchas anécdotas que se pueden recoger está aquella del nota que se sentaba en La Cosmopolita, esquina de Larios con Liborio García y que puso un cartelito sobre su mesa: “Ni me limpio los zapatos, ni compro lotería”. En La Cosmopolita – que también se ha llevado el tiempo – decía el maestro Alcántara que la gente se citaba de “siete a nueve”. Pues eso.

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