lunes, 24 de agosto de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Blanca II



                                             


Amaneció un día soleado, espléndido.  Después aparecieron unas nubes que, poco a poco, se transformaron en nimbos y cúmulos. A media tarde, sonó un trueno lejano, luego otros más próximos. Al rato llovía copiosamente. Mala tarde de toros para este San Isidro, pensó Blanca, que veía como caía el agua al otro lado de los cristales.

Llamaron al timbre. No esperaba a nadie. Se acercó a la puerta y por la mirilla que engrandecía las figuras con su cristal de aumento, vio a un chico que tenía depositado un bolso de manos en el suelo, junto a él.

Reconoció, aunque hacía mucho tiempo que no lo veía, a Aingeru Gorriti. Sabía que había jugado con su hermano a la pelota en el frontón de la calle José Achotegui y en una ocasión, de niño, había sido un destacado aizcolari, ganando el campeonato de corta de troncos…

Abrió la puerta, y entonces él le dijo que el padre Ander Echevarren que era amigo de su padre, con quien compartía a veces, algunos txikitos, le había dado su dirección, que solo estaría en Madrid unos días porque tenía que resolver unos asuntos y que se marcharía en cuento hubiese terminado...

Blanca lo alojó en la habitación que usaba su hermano cuando venía por Madrid y que ahora estaba libre. Le dijo que la próxima semana ella estaría fuera porque participaba en un simposium de Arquitectura, a nivel europeo en Florencia, por lo que se marcharía ocho o diez días. Si tienes que irte antes, le dijo, me dejas las llaves en el buzón del vestíbulo.

Hablaron durante un rato. Él le contaba de la opresión a la que España sometía a su tierra, de cómo la policía tenía pinchado el teléfono del aitak sendatu egiten du, pero que consciente de ello solo lo usaba para hablar con el obispado…

Blanca tomó un vuelo Madrid-Pisa y de allí, un tren de Pisa Centrale a Florencia-Santa María donde la recogieron. Una mañana, durante el receso, la televisión informó de un atentado en la Plaza Manuel Becerra, en Madrid. Sintió un vuelco interior. Ella, cada mañana subía por Antonio Toledano, Paseo del Marqués de Zafra y Doctor Esquerdo hasta esa plaza donde tomaba el metro de la línea 6, hasta la Escuela…

Llamó al teléfono de su piso. No contestó nadie. Era media mañana, tampoco… Cuando Blanca regresó a Madrid, al abrir el buzón encontró las llaves. Subió y sobre la consola de entrada había una nota: Euskadi harro dago zurekin (Euskadi está orgullosa de ti). Se sentó sobre la cama y arrancó a llorar amargamente…


No hay comentarios:

Publicar un comentario