miércoles, 5 de agosto de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. España desconocida: De Fonsagrada a los Ancares



              





5 de agosto.- Nos aconsejan una bajada a Seimeiras de Queixoioro. Lo hacemos. Es uno de los paisajes más recónditos y bellos de los que uno puede encontrarse por esos mundos de Dios. Uno siente de pronto, un sobrecogimiento interior y la sensación de estar inmerso dentro de un mundo de magia.




 El silencio sólo se turba con la caída del agua de la cascada. Por el puerto del Acebo, hemos bajado hasta encontrarnos de nuevo con el Navia, al que ahora remansan en el embalse de Negueria. El pantano es oscuro y tenebroso.  Da un poco de sobrecogimiento. Se siente la necesidad de salir de allí. No me gustan las aguas remansadas en los pantanos, no me gusta su color ni su olor. Lo hacemos hacia San Antolín de Ibias y, puerto arriba, camino de los Ancares.




Todavía existen pistas terrizas y caminos sin señalizar. La experiencia es excepcional. La poca gente que hemos hallado, en San Clemente, en Rao, es extraordinariamente amable. Balouta y Suarbol tienen tejados de pizarra con un gris que brilla a nuevo con el sol del mediodía. En Piornedo, las pallozas son reliquias del pasado. Sirven para atraer turistas y denunciar lo dura que debió ser la vida por estas tierras para quienes tuvieron que vivirla.




Hemos bajado por el Valle de los Ancares. Toda la Reserva Nacional está quemada. Brota el monte bajo. Los muñones de árboles ennegrecidos, hacen que a uno se le encoja el alma al pensar en la crueldad que el hombre es capaz de encerrar dentro. A media tarde de un día soleado de agosto, desde el Puente Romano, veo a la gente que chapotea y ríe en las aguas cristalinas y limpias del Burbia. Vega de Espinareda tiene una playa fluvial y una joya en el monasterio Benedictino de San Andrés, pero está en restauración y cerrado. Fabero levanta monumento al minero y la tarde se escapa, como a los niños que jugaban hace un rato en el río, se les escapaba el agua…






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