lunes, 13 de julio de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Álora, en la pluma del Barón de Daviilier







Su nombre, Jean Charles de Davillier. Lugar de nacimiento Rouen, 1823, lugar de muerte París 1883. Nieto de banquero ennoblecido en el imperio napoleónico, tuvo una fortuna millonaria ¿Su vida? La de un sibarita con dinero, mucho dinero, tanto que le permiten todos los caprichos que se les antoja: buena vida, viajes, colecciones de obras de arte, manuscritos, libros…

En 1862, en compañía del alsaciano francé, su amigo Gustavo Doré, probablemente el mejor ilustrador del siglo XIX, inician un viaje por España. La obra de ambos, él como escritor y Doré como ilustrador, ve vida en la revista Le Tour du Monde. Se publica, por entregas, entre 1862 y 1873. Luego la vería, a modo de libro Voyage en Espagne (1875) y se traduce al español, en 1957, con el título de Viaje a España, muchos años después.

En sus descripciones de los lugares que visita y de la gente con quien convive huye de los tópico y del pintoresquismo. Estudia y escudriña la civilización española de aquella época e incluso, al final del libro va a más, e incluye un capítulo  sobre las artes decorativa de España, terreno en el que era un auténtico erudito.

Pasó por Málaga, - L’Espagne Barón de Davillier -, estuvo en Álora de la que dejó una descripción pormenorizada y muy certera. Por la descripción se deduce que debió ser en otoño porque habla del color y de la maduración de la naranja…

“Antes de dejar Málaga, quisimos hacer una incursión por la Hoya, hermosa llanura que se extiende entre el mar y las montañas. Atravesamos una de las llanuras más bellas y fértiles de Andalucía y del mundo entero, donde las palmeras se alzan graciosamente por encima de los campos de caña de azúcar.  La pequeña ciudad de Álora, donde se detiene hoy el ferrocarril, está situada, sobre una altura coronada de pequeñas ruinas, y por encima de la cual se levanta la sierra del Hacho. Llevábamos una carta de recomendación para un propietario de Álora, que nos enseñó magníficos campos de naranjas y limoneros. Ya empezaban las naranjas a tomar su bello color dorado, y aunque aún no estaban maduras, vimos cargar vagones enteros para la capital”.






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