domingo, 27 de noviembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Calor de establo

Llueve. El cielo derrama, desde hace unos días, la Gracia de Dios a manos llenas. Se llama agua. Los campos están empapados; ahítos los terrones y los surcos; corren los arroyos, las cañadas…; apunta un manto como pelillos del diablo pero verdes por las lomas, crece en las orillas de la carretera, asoma en los bordes de los caminos…

Llueve. El establo, al amanecer, tiene un vaho caliente. Contrasta con el frío que se cuela desde fuera. Las bestias comen la pastura. No hoy ya faena. La yuntas estacionadas en la pesebrera de esa vía muerta donde se aparcan los días que no se puede salir al campo.

Llueve. Hay un repiqueteo de canales. Es el son monocorde de una música especial inconfundible, única. Solo viene de su mano cuando las borrascas deciden que sí, que es tiempo, que levantan el castigo de infierno de la sequía, y por ahora abren otros horizontes…

Llueve. Los pámpanos de la parra están cansados del tiempo pasado en la altura y se han bajado al suelo. Hay una alfombra de suspiros blancos y tenues bajo el jazmín que tampoco aguanta. Están las rosas doblabas por el peso de las gotas. Saben que los rosales ya solo piden poda porque han ofrecido todo su esquilmo…

Llueve. Hay una paz que se palpa, se siente cercana. Se ha instalado entre los naranjos. Se dan la mano unos a otros cargados de fruto con el color propio del tiempo que es porque han madurado su fruto y saben que bajo sus ramas buscarán cobijo los pajarillos para pasar la noche.
Llueve. Hay un embrujo de brumas que suben por las cañadas y llegan a las cumbres. El Hacho es un Olimpo de otros dioses. Vienen con el viento de poniente; traen aguas del Atlántico. Han abierto sus zurrones y han descargado…


Llueve. La gallina llueca busca, en el amparo del pajar, el calor complementario que sale de su cuerpo y le proporcionarán cama propicia a los pollitos cuando rompan el cascarón…

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