martes, 22 de noviembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La tarde

He subido esta tarde, ¿sabes?, por el camino que lleva a la Sierra. Los perros me acompañaron hasta el borde del corral. No tenían ganas de andar y  se quedaron de guardianes de la casa. Los animales, muy listos, al igual temían en su subconsciente – por cierto, ¿los perros tienen subconsciente? que podría descargar un chaparrón y no se les apetecía mojarse.

Al cruzar la cañada que baja desde el Cerro Gordo y que aporta – cuando al campo le sobra – agua al arroyo de Paredones, salió, en estampida, una pareja de mirlos. A esa hora de la tarde, saben que el campo ya es de ellos; se asustaron ante lo imprevisto.

Las pitas del vallado estaban empapadas. Sus pencas carnosas, sensuales están llenas de púas punzantes y rígidas como el amor imposible. Los pitones florecidos del verano ya están marchitos, secos. Cualquier noche que sople el aire de arriba los tumbará como guerreros derrotados en tierra.

En la fuente del lavadero cae un chorro de agua clara. La fuente está muy agostada. Todavía no ha recuperado su manantial. Toda el agua caída se ha quedado en la tierra que estaba sedienta. Por el rebosadero sale el agua y se pierde entre juncias por una atarjea de ladrillos mazaríes.

Los hinojos del borde doblan las crestas; han cumplido ciclo. Tomillos, romero, aulagas, retamas…El campo tiene la quietud de quien sabe que, también, para ellos ha llegado el otoño; su ciclo toca a fin.
A media ladera se ha arrancado una perdiz; un poco más allá, otra, y otra, y otra… No puedo contarlas. El vuelo es intenso pero breve. Han planeado y se ha dejado caer – lo intuyo porque no lo veo – en la ladera de enfrente.

Cuando he llegado al borde de los pinos se me abre el horizonte. En la lejanía se recortan otras sierras azules, malvas, violetas. Echan el pulso al horizonte y juegan con la luz; en la media distancia, otros pinos y tierras de labor.


Por el cielo camina un ejército de nubes errantes, como yo, solo que yo echo mano a los versos de San Juan de la Cruz, y una vez más, sé que “mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura; / e, yéndolos mirando,/ con sola su figura / vestidos los dejó de su hermosura”.

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