martes, 23 de febrero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pobre hombre

Delgado; enjuto. Se toca con un sombrero viejo. El sombrero está raído; fue marrón oscuro; el tiempo le restó color; ahora lo alterna con un espurreo de caspa sobre su ala.

El hombre está sentado en un banco del parque. Está solo. En otros bancos hay otros hombres; hablan entre ellos. Este hombre no tiene a nadie que le hable. O al igual él tampoco quiere hablar con nadie.

Los hombres, los otros hombres que están sentados en el parque no entran al Hogar del Jubilado. No son gente de tertulias que se intercambian cartas sobre un tapete verde en una  mesa cuadrada. Su tertulia es al aire libre del parque.

¿Pobres hombres? Sufrieron, en su niñez, la crueldad de una guerra; las dentelladas en posguerra de lutos y miserias; el despertar, lento. Hambre física y de la otra, la que hay que encerrar por dentro. Después, ¡ay!, después, los caminos de la vida, “como los hombres tristes, siendo tantos, cada uno solo” que decía Juan Ramón.

El hombre se ha levantado despacio. Se apoya en un bastón de madera curada, de color crudo; el bastón está limpio; en el extremo tiene un protección de goma. Parece un bastón de almecino, más liviano, más ligero que el de acebuche.

El hombre se encorva un poco al andar. Camina despacio. Probablemente no va a ninguna parte, solo que le ha parecido bien levantar el hato; lo ha hecho. Una lona grande, de balcón a balcón, anuncia en la fachada de la Casa de la Cultura una exposición de pintura.

Pasa un camión. Lleva un trono. ¿Y eso?

- Es que están montando una exposición de tronos en los bajos… Donde estaban las gallinas. Ese trono es del ‘Señor de las Torres’.

Convengo que tengo que llamar a Paco Valverde; tiene que hacer hueco en la agenda y venirse el viernes…Busco, con la vista, a Juan Blanco. ¿Estará de ‘servicios mínimos’? Es hora de tomar un café. Juan, como en el Oeste es muy rápido para sacar la cartera; no siempre gana….

Se me ha perdido el hombre que caminaba despacio… No puede estar lejos. Lo veo, va por la Avenida; calle abajo. ¡Pobre hombre! Los naranjos ya huelen a azahar en los brotes nuevos.

1 comentario:

  1. Es la tristeza del jubilado de “pocos posibles”, Pepe. La tragedia de una generación, de hombres y mujeres maltratados por una dura infancia y una guerra y una posguerra cruel. Muchos de ellos, “no tuvieron tiempo” de estar de alta en la Seguridad Social y ahora, se encuentran con una “Pensión no Contributiva”, con la que no pueden ni comer. Pero, como su formación cultural suele ser escasa o nula, están condenados, además, a la “soledad dialéctica”. Veo cada día, algunos de ellos en el parque, están mirando el cielo, esperando no sé qué ...Tienen siempre la mirada perdida... Son – sin duda – además de hombres pobres, pobres hombres...

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