sábado, 13 de febrero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Albayzin Chiquito

Dicen que el Albayzín se hartó de vivir en Granada. Dicen, que como la Alhambra y él se hablaban de tú, desde hacía tanto tiempo,  un día cualquiera, como esos niños traviesos que se llenan la cabeza de aventuras, no se lo pensó dos veces, hizo un petatillo y con lo puesto… se vino a vivir a Álora.

Buscó sitio. Recorrió el pueblo. Se las anduvo por La Chozuelas, chorreo de cal blanca, como estrellas deshilachadas de una Vía Láctea al alcance de la mano. Siguió camino; bajó al Palomar, como una paloma blanca, - ¿como la que cantaba Antonio Molina? Sí, como esa - desde la calle del Viento a…

Luego se fue al Cerrillo de Poco Pan; recorrió el Bajondillo, - suspiros hondos que buscan el cielo azul -, y subió por la calle Negrillos y miró cómo ahora la cruz en El Hacho reluce más pulcra desde que, hace unos días, ‘los perotes por la perosia’ decidieron darle una manita de pintura.

Cruzó la Plaza. Miró al Barranco y se dijo: aquí me quedo. Callejeó. Subió por la calle Ancha  - estrecha en la noche de Jueves Santo cuando baja el Barranquero -  y miró al río y a la vega y recordó los versos de Federico: “por el agua  de Granada solo reman los suspiros”…

Y vio cómo una tarde de primavera la calle reverbera de cal y de luz; pone colgaduras moradas en los balcones y flores. Claveles y geranios rojos y flores amarillas; muchas flores.  Y vio a una mujer morena que iba sola. Era una mujer de mantilla, medio tacón y vestido negro. Hasta la sombra del farol se asomó para verla…

 Y se acordó de otra mujer. La cantó un poeta, un hombre que fue pobre, como muchos hombres del  barrio. Escribió: “una mujer morena, resuelta en luna / se derrama hilo a hilo, sobre la cuna”. El hombre se llamaba Miguel.


Y,  entonces, fue cuando se dijo, desde hoy, tendré dos casas: una en Granada, entre el Darro y las estrellas; otra, en Álora… La verdad, que no fue así, pero ¿a que pudo serlo?

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