sábado, 24 de octubre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La tarde

He subido hasta Flores. La tarde  está entoldada. Dicen que mañana puede llover. Debería llover a cántaros. Hace falta. Lo pide el campo que se viste de verde con los primeros brotes de yerba nacida aprovechando el poco jugo que tiene la solería.

 En el llano de la romería, unos chiquillos corren detrás de un balón. Se escucha gente que habla. La tarde se alargaba. En el horizonte,  bajo las nubes,  las cumbres lejanas de las sierras de Camarolos, Loja y El Torcal. Por abajo, entre las huertas y el río, comienza a subir la penumbra.

 Ha pasado, con vuelo pausado, camino del mar una banda de garcillas bueyeras. Los entornos del convento esperan la noche con sosiego y calma. Uno, en estas horas inciertas, se debate entre la zozobra y la melancolía. Las tardes de otoño tienen un no sé qué especial. Se van poco a poco. Como se nos va la vida.

El gallinero hispano anda revuelto: gripe de elecciones venideras y pandemia política. Sigue la sinfonía de quejas catalanas. Los presuntos delitos son culpa… de los otros. Se dicen perseguidos y no sé cuántas cosas más. Hasta los que corren por la banda,  o sea los jueces de línea están confabulados contra ellos.

Hace más de noventa años don José Ortega escribió: “Pocas cosas tan significativas  del estado actual que oír que son pueblos (catalanes y vascos) oprimidos por el resto de España. La situación privilegiada que gozan es tan evidente que la queja resulta grotesca”. Se conoce que a Ortega ya  no se le lee; no está de moda.

La radio del coche informa que el huracán Patricia pierde fuerzas. Arrasa el estado de Jalisco en México y aún así los vientos soplan por encima de los doscientos setenta kilómetros por hora. Ahora, dicen, va a virar a tormenta tropical. Con esas ventoleras a lo mejor los papeles se vuelan por los aires…          


Por aquí la cosa no llega a tanto. Las hojas de los chopos han dicho que ya  han cumplido ciclo. Los almeces tienen la fruta  a pedir del canuto de caña como cuando éramos niños. Es otoño.  Es la estación que no debería terminar nunca; pero, por ser tan efímera, la valoro más. Se respira paz. Siento la melancolía de siempre.

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