martes, 10 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Aceituneras

“Andaluces de Jaén, aceituneros…” cantó Miguel Hernández. Y de Jaén y de Málaga y de las solanas cordobesas y de las terrazas del Aljarafe donde la blancura de la cal se asoma a la marisma para ver cómo el Guadalquivir se va por “donde se fueron los moros / que no se quisieron ir”.

Se echaban al campo a las clara del día. Se andaba el camino: Una yunta – quien la tenía -  para el acarreto, un hato debajo del olivo, un cántaro de agua; la sartén, la talega con el pan; los avíos para el día. Se llegaba al tajo temprano casi sin que los pájaros aún se hubiesen hecho el aseo mañanero

Apretaba la escarcha. El viento de la mañana cortaba la cara. No calentaba el sol; se agarrotaban los dedos y un vaho neblinoso y blanco comenzaba a subir del suelo de los olivares.

Delante la vara larga de los ‘vareaores’. Se arrodillaban las aceituneras. Recogían lágrimas de Dios – maduradas a golpes de soles y lunas  - que la vara bajó de la rama al suelo. Una aquí; otra, allí… Puñadito a la cesta y avanzan, como avanza el penitente en lo más duro de la promesa.

Aceituneras de campos solitarios, de olivos del amo, de la cosecha del año que, luego va al capazo, y al saco de arpillera que suda alpechín y, de allí, al troje, y a la tolva y al molino y será aceite para ungir, para ser zumo en la rebanada de pan del niño yuntero, para el candil de la noche, para ungüento del enfermo.

Picuales, manzanillos, hojiblancos, cornicabras. Olivos y olivos,  “y entre los olivos, - dibujó don Antonio Machado - los cortijos blancos”;  Barbeito  vio como  “pasa el olivarero / bajo las ramas, / mirando la cosecha /que se desgaja”…


Las mujeres se cubrían la cabeza con un pañuelo.  Sus ojos,  lupas que las ven todas. Su dedos… ¡ay, sus dedos! “Los ojos de mi morena ni son chicos ni son grandes / que son aceitunas negras / que del olivo se caen”. “…decidme, en el alma, ¿quién levantó los olivos?”

No hay comentarios:

Publicar un comentario