domingo, 15 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica del exprés de media noche

La chica tomó el tren exprés que pasaba por la estación a media noche. El tren entró por la estación aminorando la marcha. Llegó a su hora Cuando se presentía próximo, entre los viajeros y el personal de la estación se notaba un cierto movimiento. Apareció una pareja de la Guardia Civil; un hombre con un canasto que vendía bocadillos y refrescos... Un mozo traía, en un carrillo de mano, unos bultos…

El suelo del andén retumbó cuando llegó el tren. La máquina era negra y soltaba vapor a ras del suelo. Al condensarse formaba una nube densa; los viajeros parecían fantasmas salidos de la niebla.
Pasó la máquina. Por la portezuela que tenía echada una cadena se asomaba un hombre. Era el fogonero; alimentaba la caldera con carbón que paleaba hacia aquel fuego de infierno. El hombre tenía la cara llena de tizne.

Una señora cogía, con fuerza, la mano de un niño. Luego pasó un vagón con varios hombres vestidos de uniformes asomados a la puerta que estaba abierta. Era el vagón de la paquetería…

Detrás, todos los vagones de los pasajeros. Eran vagones de madera. Se accedía por los extremos;  los asientos largos y corridos. Encima de los asientos unas repisas servían para que los viajeros dejasen los paquetes; las mujeres nunca soltaban el bolso…

La chica subió al coche número 5 de Primera clase. Su padre le alargó las maletas hasta el descansillo.

-          Te cuidado, hija

-          Sí, mamá

-          No te asomes al ventanilla

-          Sí , mamá

-          Vigila las maletas

-          Sí, mamá

Buscó el departamento en el que estaba su asiento. Era un asiento partido en la mitad por un reposabrazos. Los asientos estaban tapizados con un felpudo  que imitaba a terciopelo verde ajado.

Viajaban, también, un matrimonio de mediana edad. (El hombre le ayudó a colocar las maletas en la repisa que había sobre las cabezas de los viajeros) y una señora mayor de pelo canoso arreglada con coquetería. La señora calzaba unas zapatillas cómodas propias para pasar una noche de viaje.

Se entreabrió la portezuela, en el testero de enfrente, al otro lado del pasillo sobre una placa de porcelana leyó  en letras negras: “Es peligroso asomarse al exterior”. Al poco, el tren reemprendió la marcha…

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