lunes, 16 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pasa la vida

Lo decía Romero Sanjuan en unas ‘sevillanas’ memorables. Sí; pero, no. Hace unos días el calendario dijo que se han cumplido dos años en los que Paco – Paco Rengel – no había acudido a recibir a la luz de la mañana porque Alguien dispuso que hasta aquí se había llegado…

¿Sabes? Venía por la carretera. Conmigo, otro amigo, Juan. Yo no le dije nada. Hablábamos de nuestras cosas y, de pronto, me acordé de ti. Me vino como una luz que se enciende sin saber porqué ocurre. No todo pasa, Paco. ¿O, no es así?

Estaba el cielo entoldado. Llovía por las sierras. La llovizna se escurría por las Orejas de la Mula, por El Torcal, por el Cerro de la Fiscala, por la Farola…, iba camino de las tierras de Granada o de ¡sabe Dios dónde!

De pronto, la luz rompió el cielo de nubes. No sé porqué hueco – si es que la nubes tienen huecos – se coló; las espurreó. Ya todo era luz. Iluminaba la espadaña del convento y, luego, como esos focos de los teatros que alumbran lo que quieren, se desparramó por el campo.

El campo, Paco, ya apunta a primavera. Las lomas se han puesto el manto verde; corren hilos de agua por algunas cañadillas; hay flores lilas que no sé cómo se llaman, y margaritas amarillas y blancas y malvas moradas; se visten el almoradúj y el romero; mastrantos, matagallos, aulagas…

Y, ya ves, como soy así, me acordé de ti. Me acordé porque estoy seguro que estás, codo a codo, con la LUZ. La LUZ se refleja en la trama de los olivos; en las flores de los almendros. Por cierto, hay uno, blanco, de nácar, está casi cuando se llega a la trinchera de Triviño…, y en los pájaros.


“A las aladas almas de las rosas…/ de almendro de nata te requiero (…)” Escribía Miguel Hernández a su amigo Ramón. Obviamente, yo no escribo como Miguel, pero sí te digo que te recuerdo, porque ‘pasan’ muchas cosas; otras…, pues como que no. 

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