jueves, 23 de enero de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gañanes


                                                

Había que verlo para creerlo. Eran de otra madera; tenían pasta especial. No había apuntado el alba, y ya estaban en el andén del tinado, echándole la pastura a las vacas. Paja y sebo. Eran hombres con la cara cortada por arrugas profundas y manos encallecidas.

Del pajar, que olía a era trillada, sacaban una, dos, tres espuertas de paja; luego, con la mano vuelta un espurreo de grano molido y pulverizado. Las vacas lamían el sebo con la lengua larga y con puntitos como incipientes papilas – que yo no sé si las vacas tienen el sentido del gusto- gustativas; dejaban las granzas.

Con la primera luz, se hacían, las yuntas al campo. Del establo salía vaho caliente. Brillaba el lucero…; sobre las tapias cantaban los gallos. En la besana de surco largo y profundo se uncía la yunta. La vaca más díscola, embragada; la otra, ayudaba a reconducir la labor.

Presumían de tener los mejores frontiles con filigranas bordadas. Todo era pura artesanía… Araban las yuntas con paso cansino y acompasado. Se hundía la reja; la mano sobre la mancera, la aguijada, de punta afilada, daba el toque, sólo el toque oportuno para llevar el ritmo preciso, exacto…

“Si el Hacho se pone la mantilla, suelta los bueyes  y vente a la villa”. Entonces, si el día abría en agua, era cuestión de volver a la casa. La tarde - porque la gente del campo siempre hace algo - se empleaba en majar esparto, hacer tomiza, sacar los tinados…


Eran de otra madera. Hechos al frío, al viento, a la lluvia, a sol que abrasa… Eran duros como la madera de encina hecha arado, como la mancera empuñada,  como la garganta hundida hasta las orejeras, como el enjero y las lavijas…Crujían pero sin romperse. Eran hombres que apuntaban a otros cielos.

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