miércoles, 15 de enero de 2014

Un hoja suelta del cuaderno de bitácora. Alora: las cosas del querer

                                              

“Álora - me dice, desde Chinchón, Juan Francisco- debe ser muy bonita, ¿verdad?” Y le contesté: Álora, se asoma cada mañana, casi de puntillas, a la vega por donde corre el río; es, un pespunte blanco hilvanado entre calles que se dan la mano; es, la Gracia de Dios que, cada mañana, cuando se levanta, va y dice: ¡ahí queda eso!

Álora tiene una iglesia grande, tan grande… Es un templo soberbio. Del XVII. Por la calle Ancha - debe el nombre a cuando la fortaleza lo era - se sube a las Torres, que es como aquí se conoce al Castillo. Desde la Joyanca  - casi en la mediación de la calle - se ve cómo va el río, serpenteando, por la vega y las casas blancas, entre el verdor de la huertas. Los cerros, enfrente.

En el paseo por el pueblo - después de extasiarse en el castillo - se sube y se baja. La conversación se traba con facilidad porque la gente es abierta y, aunque va a lo suyo, gusta de acoger al que llega.

Si es tiempo y hora, hay que ir al Santuario de Flores. Allí está la Virgen de Flores; vino de Encinasola. Las vistas…Si asombran las del castillo (las del cerro del Calvario, tampoco, desmerecen), las de Flores, permiten admirar, otra parte del contorno: a la espalda, El Hacho que corona y, enfrente, el Torcal y la Sierra de Abdalajís, y las Lomas, y el cerro de la Fiscala y los Montes de Málaga y, a lo lejos, muy lejos, el Barranco del Sol, pero eso, es Almogía.


La noche tiene embrujo y encanto. Es probable,  si es tiempo de invierno, que la gente esté  ya  recogida, pero en verano... A esas horas - en las noches de invierno - resuenan los pasos  por callejones estrechos. Con luz en penumbras, los pueblos - y éste más - se envuelven en el misterio. 

1 comentario: