jueves, 4 de noviembre de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Georgie Dann


                          


Con el verano, obviamente, llegaba la calor y la vida se hacía más relajada. Terminado el curso, venían las vacaciones y las mañanas se llenaban de fiesta, de Costa a Costa, con Luis del Olmo que hablaba en otra España con menos tensión. En la radio sonaban canciones de Georgie Dann que nos hacía bailar de aquella manera.

Llegaban algunas ilusiones porque aquella tarde bailando con Lola había dicho que estaba muy sola y que todo se arreglaba, porque la vida seguía igual con un sorbito de champan frente a palacio cerca de las estrellas y…. Georgie Dann.

Los cantautores que era gente muy seria querían arreglar lo que no tenía arreglo y nos transmitían mensajes que auguraban cambios para no sabíamos cuándo, pero que llegarían porque tendría que llegar algún día, como tendría que llover a cantaros y… Georgie Dann.

Y por la máquina de música que sonaba, repetitivamente, en la piscina municipal sabíamos que ‘o tren me leva pol la bera do Miño pasiño a pasiño’ o que alguien después de bañarse en el río que tenía el agua tan fría recordaba aquel día y tu forma de nadar, y siempre volvía a Granada y paseando por la Alhambra sabía de sueños pero, eso sí, cuando salga la luna y… Georgie Dann.

Todos los veranos, iguales pero diferentes, viajes a lugares lejanos que entonces, con aquellas carreteras estaban aún más lejos, como Biarritz adonde se habían traído el dichoso último tango y… Georgie Dann

Noches de tertulias en el rancho con olor a damas de noches y a jazmines. Las noches de verano tenían olores propios como el mar, ese mar vestido de azul de Algeciras a Estambul con sus olas de nácar. Nunca supimos si los  paxariños que iban cantando le habían dicho a ella lo de las penas y los fracasos y esas cosas, ni tampoco si aún quedaba sidra en el lagar y… George Dann.

Georgie Dann era al verano como las golondrinas a la primavera, las castañeras al otoño, los villancicos a la Navidad, como las ventiscas a las noches de invierno. Ahora, se nos ha ido, ¡qué penita! y nos ha dejado sin saber, ¡ay, madre! ¿qué será lo que quiere el negro? Descansa en paz, muchacho. Rompiste moldes y nos hiciste soñar aunque ahora sigamos soñando de otra manera con bosques encantados e imposibles como tus canciones, Georgie.

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