miércoles, 7 de julio de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tierra de brujas y leyendas


  


El Gor de la Malatosca es una de las pozas que de manera natural se forman en el tío Ter, a su paso por las tierras del pequeño pueblo de San Juan de las Abadesas, que tuvo el único cenobio femenino en tierras de Cataluña en los alrededores del año mil, año arriba o año abajo.

El Ripollés es una de las comarcas del pre-pirineo gerundés. Limita con Perelada, Besalú, los prados de Vallfogona, San Juan de Ter, Estamariu, en la Cerdaña y Conflent. En su suelo se asientan, además de San Juan con un románico excelso, Camprodón donde nació Isaac Albéniz y vivió  - no sé si aún – Joan Manuel Serrat, y Ripoll.

En sus tierras, al paso del río Ter, el tercero en importancia después del Muga y Fluviá, de los que aportan sus aguas del deshielo del Pirineo al Mediterráneo, se forman pozas naturales que llevan de la mano un sinfín de leyendas y embrujamientos.

Se cuenta que en el Gor de Malatosca, se reunían las brujas en sus aquelarres. En cierta ocasión, una de las brujas se puso de parto y pagó los servicios de la comadrona con lentejas, que no las valoró y las arrojó al río. Al día siguiente comprobó con gran sorpresa, que una de las lentejas que se había quedado prendida entre sus ropas, se había convertido en oro. ¡Ya era tarde para recuperar el resto del regalo!

El monasterio de San Juan de la Abadesas, fue fundado por el conde de Barcelona Wilfredo el Velloso, el año 885 al que iría destinada su hija todavía niña, Emma. La custodia de la fundación y del posterior desarrollo, se encargó al obispo de Vich. La hija del conde profesó cuando fue mayor y se conocen hasta seis abadesas posteriores.

La última, Ingilberga, hija del conde Oliba Cabreta, de quien se dice que lo abandonó todo para ingresar en el monasterio benedictino de Montescasino, en Italia, donde se le perdió la pista, pero que antes había dejado una importante fortuna custodiada por su hija. La vida díscola de las monjas, llevó a la disolución del cenobio por Bernardo Tallaferrro.

Dicen, que el conde Arnau entraba por un pasadizo secreto que atravesaba la montaña y tenía relaciones con la abadesa. A su muerte, fue condenado a vagar errante sobre un caballo blanco envuelto en llamas. ¿Qué hay de cierto?

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